y, en tu mano izquierda,
se va mezclando el incienso.
Poco a poco se apaga
- y da tanta pena...-
en un corazón molido
con tiza, sin inocencia.
¿Así se escribe
la música? ¿Una línea
en el horizonte con tiza
molida, arroyo sin más
fondo
que las cenizas de un espejo?
¿Puede alguien imaginar lo que ocurre con aquello escrito con un material frágil, quebradizo, condenado a la disolución con las primeras gotas o cualquier torpeza de nuestra mano?
Lo cierto es que Lucía podría haber escrito estos poemas con ceniza, espuma de nieve o mediante esas trazas que dejan los dedos al surcar un vidrio empañado y cuyos bordes se desfiguran ante los ojos atónitos del niño que escribe allí su nombre.
Una escritura que cuestiona los umbrales de lo audible, una escritura -y se me va a disculpar el término- “psicofónica” o “parafónica”, que registra voces que enuncian contenidos significativos, presentando una morfología característica en cuanto a su timbre, tono, velocidad y modulación. Voces que irrumpen en un mundo pletórico de sonidos que se anulan unos a otros adormeciéndonos. Y viene la voz inesperada, la que irrumpe; así debería operar un poema.
Escribir en esa
frecuencia en que comienzan a registrarse voces no audibles habitualmente, esos
umbrales esclerosados de la percepción que llamamos adultez. O lenguaje
normalizado.
Acuden (hay ruinas)
los muertos al golpe
(un golpe), no
dejan de venir. Alguien
llora. ¿Quién llora?
Es música. Todo
en aquella música.
Pides. Alguien pide, dice. ¿Quién dice?
Y pide aquí no hay nadie. Se
escucha, repite, dice: aquí no hay
nadie. Y no hay aquí.
Pero que nadie se engañe: se requiere mucha fortaleza para dar cuenta de
tanta fragilidad, para poder abrir los tímpanos a tantas voces extraviadas, a
esas campanadas que siguen resonando
aunque hace tiempo no haya campana ni manos para tañerla. Para
constatar, en definitiva, que nada es
lo que parece. Sin pretensiones visionarias: sólo el gesto de la niña que cubre las yemas de sus dedos con el polvo de la mariposa caída para tratar de
reconstruir mediante ese gesto el vuelo abolido.
Fragmento de la presentación de Por error, Nº 4 de la Colección Poética y peatonal.
Valencia Mayo 2013.
Valencia Mayo 2013.
Laura Giordani
Lucía Boscá (Valencia, 1985) ha trabajado como profesora de Español para
Extranjeros en la Universidad de Valencia. Licenciada en Filología Hispánica,
actualmente realiza estudios de Tercer Ciclo en el área de Lingüística General.
Sus poemas han sido publicados en las antologías Ida y Vuelta (Fin de Viaje,
2011), Por donde pasa la poesía (Baile del Sol, 2011) 23 Pandoras (Baile del
Sol, 2009), El árbol talado que retoña (El Páramo, 2009), Estaciones desnudas
(Cocó, 2007), Verso a Verso (Náyade, 2003) y Poesía Errante (Delenda Est
Carthago, en prensa). Poemas suyos han sido recogidos dentro de dos muestrarios
en el ámbito hispanoamericano: Poesía sin permiso. Antología de poesía emergente
española (Argentina, Confines/El Extremo Sur, 2010) y la selección de poesía
femenina española que está en preparación por la editorial Praxis (México). Ha
publicado además en diversas revistas como Vulture, Creatura y Adiós.
2 comentarios:
Yo creo que es así como lo decís, eso es lo que pienso, se necesita fortaleza para desnudar la real fragilidad que nos define. Y estos poemas, que se deslizan como musiquitas muy discretas, acaban conmoviendo como si fuesen un tornado.
Un abrazo.
Esas melodías discretas, apenas audibles, pueden convertirse en vendaval, puro grito. Gracias por tu paso, Darío. Abrazos.
Laura
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