En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
Es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.
Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.
Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.
Olvido García Valdés
El espíritu de la colmena (1973) Víctor Erice
caer. el niño cae al mundo. como una fruta. maduro cae al tiempo y al mundo que habrá de desorientarlo antes de hacerse legible
la legibilidad: aprendizaje, dulzura, verdor, ímpetu, equilibrio, atención, fluir, el oro de los Otros, oblicuidad, corazón, renacimiento, intensidad, ojo imán, vida osezna, vida loba, vida viva, prima vera
y el asombro como virtud inaugural, germinativa, perfecta
El espíritu de la colmena (1973) Víctor Erice
rodearse de un cerco de miradas de niños para estar acompañado, para encender el hogar y narrar, entre todos, un itinerario posible
para encontrar la temperatura de los cuentos bajo el fuego exacto de la mirada
para trazar las lindes de lo significante
para acotar un espacio en el Cielo con su correspondencia roturada en la tierra: fertilidad de la cosmogonía
con-templatio del arcano celeste
templum que, en las estrellas, marcará el tiempo, el ritmo y la grafía del surco primigenio, el adentro y el afuera del hogar, los ritos de paso, las canciones
no limitar el sentido sino multiplicarlo: en aluvión, el mito: siembra del cuerpo desmembrado
concentrar, en un punto, la voz, el impulso, lo casi del sueño, la viguería de ese otro sueño compartido que llamamos vigilia
amparados por la irrupción, por lo imprevisible
amparados
miradas de la infancia, miradas de cine: un mandala o rueda visual para la concentración, círculo mágico en cuyo centro situar la propia mirada, la propia perplejidad extra-vertida, consumida en el fuego común
qué eje para sintonizar la danza de las miradas de estos niños
qué sustrato vital para acogerlas
miradas de la infancia: círculo curativo: la ternura
Yuki and Nina (2009) Hippolyte Girardot, Nobuhiro Suwa
"Se enseña a los niños a temer y a obedecer. La avaricia, el orgullo o la timidez de los padres inculcan a los niños la economía, la arrogancia o la sumisión. Se les induce además a ser imitadores, a lo que ya están harto inclinados; a nadie se le ocurre hacer que sean originales, audaces, independientes."
Nicolas de Vauvenargues
Ponette (1996) Jacques Doillon
una lengua que trabaje con las manos y diga el dolor y la fragilidad más viva
una lengua que ofrezca un pan de niño: puro temblor de existir
una lengua de extrañeza para el otro, el recién llegado, el sin patria, el silenciado, el ciego
una lengua de barro que diga las muchas lenguas mudas que viven entre los seres
una lengua sin lengua, deslenguada: todo vértigo y caricia
una lengua animal atenta a las mínimas fisuras de la carne que se sufre
una lengua de niño para inventar el sol y no darle nombre, para romper en el sol lo que nombra el sol
una lengua que camina, ama, desaparece, y luego descamina y aparece, pero sigue amando
una lengua abajo, un lengua sin, una lengua casi aún no siempre nunca
una lengua que amanece gatos
una lengua que tembló y se detuvo ahí donde la misma vida: en el azul convulso, inmóvil, a pájaros
una lengua-corazón, desesperada, ciega, huérfana aún
una lengua híbrida para fundar la morada para todos, entre todos
una lengua sin doblez, sin sierpe, para el arraigo
una lengua del límite, tan desnuda como un verso en la guerra
una lengua que cante y que destruya las creencias y diga tan sólo: árbol, tiza, pan, niño
El sueño del niño y el árbol es la conjunción perfecta
no hay eclipse que reúna tanta materia lunar y solar como esa sincronización delicada de dos ejes paralelos: de la raíz al cielo, el árbol; del cielo a la raíz (de la vida), el niño
en esa intersección nace una belleza tan pequeña que no acertamos a nombrarla, semilla abisal anterior al lenguaje, ánfora del temblor, éxtasis de la oruga: anéantissement
el niño es fruto para el árbol, un esqueje, injerto del sueño en ese otro sueño desbordado, unánime, vegetal
el árbol es sostén, columna, crisálida erguida: el niño y su sueño
si se armoniza el ritmo de la savia y de la sangre, se revelan todos los estratos que hemos venido siendo, todas las capas de tiempo que nos han dado ser, y la canción es epifanía de la madera, asombro perpetuamente renovado del que todos somos afluentes
el niño, el árbol y el sueño: aquí está todo
todo lo que el ser humano ha escrito, todos sus anhelos, sus búsquedas, sus contiendas, sus filosofías, sus hallazgos, sus gritos, la belleza revelada y la construida, las sobrecogedoras constelaciones, la fragilidad que no reconocemos y nos desborda: todo está aquí, en una única imagen que germinará en una pupila que lee estas líneas y continuará su camino, aguas del ser abajo, hacia la delicadeza y el sueño de quien mira
un instante apenas que desaparecerá para siempre, como esa infancia que todos acercamos al árbol y dormimos y cuidamos
pero el sueño queda, y fluye, y nos elige, y busca
Para leer completo: La lengua te tienta, Revista Kokoro
Antonio F. Rodríguez Esteban (1976) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Málaga y diplomado en Comunicación.
Desde 2001 se ha dedicado a tiempo completo a la traducción del francés y del inglés al castellano. Ha trabajado con las editoriales Pre-Textos, Atalanta, Paidós, Kairós, El País-Cahiers du Cinéma, Océano, entre otras. Asimismo fue traductor habitual de Cahiers du Cinéma España.
Entre 2005-2011, imparte el curso “Temps de mirades” (Cine y Educación) en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, y entre 2010-2011 el curso “Temps de lecturas” (Literatura) en la misma institución.
Actualmente participa en el consejo de redacción de la revista "Kokoro".
2 comentarios:
Tal vez la magnitud de la infancia ha quedado cubierta por tanta luz desbocada. Pero la ternura, el enroscamiento de esa infancia atravesando la tierra, el modo, este modo auditivo de automanifestar hacia, garantiza y auxilia mi palabra siempre por-venir. Y no creo exagerado decir que gracias a Antonio, he aprendido que las palabras además de ser herramientas son conductos, filo que han de atrave(r)sar la materia así como la lengua nos quedó a medio hacer, a medio tragar tal vez. No hacer-la verdad, ni la morada de un límite, lírica del genio burlón… salivar, casi savia imposible diluir. El adverbio está, es, también lo que nos hace. Un modo de invisibilidad, inadecuación que desengarza el poso de cualquier idealismo y los vanos intentos del perfeccionamiento, que alumbran sublimes, subliminales, objeciones de segunda mano. Para no ser “gozo que nace” obviamente desde la miseria, lo precario. Ahí el gozo retoma de la ceniza el vínculo, el límite extraño que separa lo sentido y lo sensible. El gozo previo, el gozo contra la teoría y la muerte, el gozo para/por la vida. La magnitud de la infancia como vector quizás, y no como visión, se distingue del estrato englobante…
“el ahora y las manos son sinónimos” A.
“Este mundo del rocío
es el mundo del rocío
pero aun…” Issa.
…sorber de la nervadura el despojo y la entraña hasta a-propiar la convulsión, palpar la tierra que nos nombra, sustenta y deshace. La infancia tiene por alimento lo Infinito, fundamenta los días como hojas siempre blancas, resurrección que sumerge sus manitas en el barro de los días, como si fueran nidos de dragones con rubores de doncella…
“¿cuánto pesa un gramo de asombro?” A.
…el niño cuando moldea ese gramo germina/trae lo absolutamente extraño, a-forma lo informe, el discurso dado y separador… el niño descifra el infinito, el niño “sin-máscara” no vela, degusta esa gota de rocío. Esa gota, arco que frota sus cuerdas. La mirada de Antonio, creo, es mano que recibe al dar. Es decir, el objeto mostrado, se muestra, ofrece, aflora un rostro...
…por encima del “ser” está el “quejío” y la rosada alba que nos sale al encuentro, detiene con estrepitosas algazaras bailando los labios y se decantan exhaustas en el cuerpo para romper el discurso, quebrar la ilusión así de las apariencias cambiantes.
Es gozo sentir el rostro “stalkerinho” en tu casita virtual Laura. El entusiasmo permanente de tocaros, enjambre, barro, infinito, materia, me prepara para la ipseidad… para el estrecho hilo de luz… indomesticable -bondad liberada de la atracción egoísta..
…para acabar os traigo unos fragmentos del libro que estoy acabando… “Totalidad e infinito” E. Levinas… [“El rostro cuya epifanía ética consiste en solicitar una respuesta (que la violencia de la guerra y su negación asesina sólo pueden intentar reducir al silencio) no se contenta con la “buena voluntad” y la benevolencia platónica. La “buena intención” y la benevolencia platónica sólo son el residuo de una actitud que se toma allí donde se goza de las cosas, allí donde es posible despojarse de ellas y ofrecerlas.”…. “ ...es necesario que lo invisible se manifieste para que la historia pierda su derecho a la última palabra… el juicio viril de la historia, de la “razón pura”.]
Saludos.
querido cc_rider: El texto de Antonio abre y muestra otros caminos posibles y también las lastimaduras , los límites de una lengua herrumbrada. Y no es menor eso que apuntas del rebasamiento del valor instrumental de la palabra, como mera herramienta, mostrando su capacidad de balbucear algo que haga temblar los cimientos de lo necrosado por el uso. Tu comentario al círculo curativo stalkeriano es en sí todo un poema, un acto de co-creación que ilumina la entrada. Gracias por traer el texto de Levinas, de este fragmento podría hacerse una oración:
"...es necesario que lo invisible se manifieste para que la historia pierda su derecho a la última palabra… el juicio viril de la historia, de la “razón pura”
y de esto tuyo, una plegaria permanente:
enjambre, barro, infinito, materia, me prepara para la ipseidad… para el estrecho hilo de luz… indomesticable -bondad liberada de la atracción egoísta..
Un abrazo y gracias
Publicar un comentario