Acudimos a los cerezos, rezando para que no desaparezcan segundos antes de nuestra llegada.
November morning-Hannah Honnypie
1.
Sólo llega la luz a algunas zonas. La mayoría
sigue en penumbra, esperando la retirada de esta sombra cicatera que impide
verlo todo. Constato la presencia dura, bajo el almohadón, del hueso. Se trata
de un sostén mínimo que cede bajo un cielo sin color. Tantas capas de aire
sobre nuestros pobres hombros.
La duda se extiende como una mancha viscosa, su transparencia insiste en
engañar al ojo. Resulta agotador eliminarla y además los dedos no responden.
13.
Una anciana busca los huesos del hermano.
Respiran manchados en alguna cuneta, luminosos. La madre de ambos, enterrada
lejos, logró abrir en su cuerpo un hueco para el hijo, una casa vacía a la que
volver un día tal vez. Los restos del hombre serán para entonces minúsculos,
con seguridad caben en el nido materno.
La hermana escarba y gime. Va cargando las piezas, atándolas con sogas
que arrastra por el campo. Una montaña de huesos lleva a la espalda. Qué escaso
el tiempo para completar el puzzle.
23.
El levante arrecia fuera. Dentro nos quitamos el aire unos a otros con palabras que hierven y malos modos. Bocanadas, mordeduras, o simplemente llamadas de socorro. Hay espacio suficiente en el suelo, en numerosos huecos invisibles. La ración de aire en cambio mengua, y seguimos respirando acompasados. Salimos al mar todos los días con la intención de llenar de viento los pulmones.
Dark cherry tree
45.
Acudimos a los cerezos, rezando para que no desaparezcan segundos antes de nuestra llegada. La subida es lenta y pedregosa. Nos sorprenden el marrón y el gris, los robles tan borrosos. El sueño se disemina y anestesia el paisaje. Tal vez es la mirada, la incapacidad de ver unas flores tan evidentes para todos. Pueden imaginarse limpísimas y llenas de luz, con los bordes fosforescentes de tocar el aire.
Alguien arrastra un vestido blanco por los helechos, un vestido que adquiere condición de mortaja. El tejido puede ser también rosado, si lo miramos bien. Lienzos para el parto ahora, cuando la retina estalla repleta de puntos blancos y el paseo nos hipnotiza. Aquí están los cerezos, al fin, y los tobillos cubiertos de sangre y jirones.
Olga Muñoz Carrasco
de El Plazo ( Colección ONCE de Amargord Ediciones, 2012)
Una reseña de El plazo de Patricia Esteban, en Tendencias 21
"Poesía al acecho de lo feroz", un fragmento:
“Esqueletos”, “cráneos”, “fémures” que se
disgregan por los poemas y sacan a la luz lo que resiste, lo que soporta
nuestra consunción, lo que subterráneamente somos y que, sin embargo,
podría(mos) llegar a tocar(nos) como otro. Huesos reordenados, reinterpretados
como una clave, una pieza del puzzle de la realidad, en la que constantemente
se abren fisuras a la espera de la inserción de fragmentos de sentido.
Desentrañar, descifrar en El plazo es poner en
marcha una memoria radical, nunca nostálgica o sancionadora de un orden dado. Y
en este sentido podrían considerarse el hueso y la memoria nodos donde a lo
largo del libro se cifran las condiciones de un compromiso –de resistencia– con
la realidad colectiva: entre el sujeto y lo social –el mito y la tribu–"
Olga Muñoz Carrasco se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, y actualmente trabaja como profesora de Literatura en la Universidad norteamericana Saint Louis de Madrid. Como investigadora, está especializada en la poesía de la poeta peruana Blanca Varela, sobre la que en 2007 publicó el libro “Sigiloso desvelo. La poesía de Blanca Varela”, editado por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
“La caja de música” fue su primer poemario publicado, en la colección de poesía “Señales de vida”, editada por la Fundación Inquietudes y la Asociación Poética Caudal. El Plazo (Colección ONCE de Amargord Ediciones) es su segundo libro.
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