A Fernando Beltrán
Como si nadie oyese en la cripta del corazón las espinas del pájaro de la barbarie, nadie es nadie.
Nadie el senador de los tirantes elásticos. Usted es nadie, sombrero de las recepciones, y vos pamela de la medusa, vuesa merced con esquivos ojos de alguna clase en trato de plata. Nadie en la multiplicación son hoy los felices, y nadie el giróvago antílope que danza en los subterráneos. Yo soy nadie. Tú, la vocalista en la boca moderna de nadie, poesía, oca viuda de los quitasoles, linterna de los espías tras la limusina de los ataúdes.
A qué viene eso de la mancha de los espíritus, a cuento de qué decir ahora que tras esta compuerta aúllan en las bandejas los ojos del refugiado. Dicho así el placer y la copa de hielo son corrupción en los recintos de música, fechas en la memoria de la fatalidad. Algún día lo que ahora escribo será inteligible.
Algún día, en el perímetro de las cosas sabidas, la época de los sufrimientos que hicieron visible el mercado de las heridas, será entendida como edad de una sábana rota, órbita de nuestra desnudez recubierta de insectos como lengua de gran pez moribundo.
Cuando nadie sea ya nadie en la dentadura fósil del universo, y nadie, es decir, nosotros, los rumiantes en el dolor de los sobrevivientes hayamos arrancado de raíz la palabra destino para referirnos a la compasión, hayamos enterrado los cargamentos de misericordia y las heces de hiena, hayamos aceptado la infamia como conducta de época. Cuando nadie sea ya nadie y no haya huellas de nadie ni frutos de nadie en los mercados del pensamiento, esto se olvidará, esto también ha de ser olvidado por el micrófono aéreo de lo que anda en el cosmos, y la podredumbre de nuestro silencio y la bisutería de los diplomáticos alrededor de las fosas comunes.
Nadie es nadie, escritura de las elocuentes cifras que suman dolor al oprobio, cinta azul de los legajos de la minuciosidad. Nadie es nadie bajo la lente de los archiveros. Nadie con su puñado de tierra, el oferente y el lúcido, el préstamo de jerarca invisible en nosotros, huyendo en el taxi de la conciencia de las columnas de humo.
Para qué sirves entonces poesía de las hojas incendiadas por las pavesas de la justicia, vieja poesía de los herbolarios, mostaza de los cónsules que predicaron el amanecer. Hacia dónde, hacia quién, venerable Withman, junto al apacible río de los pensamientos sagrados sumerge la mujer su criatura en el agua antes de la incineración.
Como si nadie oyese las espinas del pájaro de la barbarie, parece ser que aquí nadie es nadie. Nadie el silencio y su caldero de cal sobre los desaparecidos. Codicia, eso dice aquí la palabra codicia.
De izquierda a derecha, Juan Carlos Mestre, Gonzalo Rojas y Antonio Gamoneda.
Juan Carlos Mestre, poeta y artista visual, nace el 15 de abril de l957 en Villafranca del Bierzo (León).
En l982 publica su primer libro, Siete poemas escritos junto a la lluvia, al que seguirán, en l983, La visita de Safo y Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo, poemario con el que obtiene el Premio Adonais de poesía en l985.
En l987, durante su estancia de varios años en Chile, publica Las páginas del fuego y, ya de regreso a España, La poesía ha caído en desgracia (Editorial Visor), libro por el que se le otorga en l992 el Premio Jaime Gil de Biedma.
Como artista visual ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de Europa, EE. UU. y América Latina, así como editado numerosos libros de artista en colaboración con otros artistas y poetas como José María Parreño, Amancio Prada o Rafael Pérez Estrada.
Con La tumba de Keats, editado por Hiperión y escrito durante su estancia en Italia como becario de la Academia de España en Roma, obtuvo el premio Jaén de poesía 1999, año en el que se le concede una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional. Las estrellas para quien las trabaja, su publicación más reciente apareció en la colección Cuadernos de la Borrachería, Zamora, en el año 2001.
Más información sobre el autor en su página web: http://www.juancarlosmestre.com/
5 comentarios:
Siempre es un gozo adentrarse en tu blog, tan profundo y lleno de sorpresas nuevas. Te mando un forte abrazo, besos.
Laura:
Qué bueno lo que nos dejas.
Un texto jugoso para relecturas y asimilaciones.
Un beso guapa.
Laura:
Hoy estuve hablando con Fernando Opere, profesor en la Universidad de Virginia, pertenece al Círculo de poetas de Washintong, al que mucho atrás perteneciese Steve Wallance entre otros. Y es un poeta muy sensible. Su experiencia como profesor de Historia especializado en el Barroco Latinoamericano que alimentó de libros y viajes a pie por sendas y caminos insospechados de Argentina, México, Venezuela, Peru, se vislumbran a través de sus ojos que unas gafas sencillas, casi trasparentes, protegen. Fernando llevó a Washintong D.C. a Mestre hace un par de años. Le comenté lo del jueves de GAMONEDA, se interesó por qué se escribe aquí y les hable de Arturo y de tí porque con Mempo acaba de publicar un poemario con CD y música argentina. Qué coincidencia. Hoy mismo me decía Fernando Opere que no ha escuchado a nadie recitar tan bien como a Juan Carlos Mestre. Un poeta grande, excelente recitador y humilde y sencillo en el trato personal.
Estas letras que nos dejas de él son para enmarcarlas. Mejor las comento a la noche, que solo pasa por aquí como un alazan al trote.
Cuidate buena,
Tu Víktor
Saiza:
Y siempre para mí es un gozo encontrar tus palabras aquí y estar enlazada a tu rinconcito de ma memoria.
Un abrazo grande y estamos en contacto.
Laura.
Aquí tienes tu casita poética Ana: siempre abierta para alojar tu mirada limpia.
Un abrazo,
Laura.
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