Es
muy difícil hablar sobre un libro como “Por nada del mundo” siguiendo el guión
de las reseñas al uso. Quizás porque Antonio nos está invitando a desasirnos de
rituales literarios o en todo caso, señalándonos la ausencia de suelo y la
imposibilidad de seguir aferrados a las tablas de una retórica que busca anclar
en el poema su plenitud, su simulacro de vida.
La utilidad de la poesía está en
recordarnos
que es difícil seguir siendo la misma
persona,
porque nuestra casa está abierta, su
puerta, sin llave,
y los huéspedes invisibles salen y
entran.
Czeslaw
Milosz
Difícil,
podríamos decir imposible- seguir siendo los mismos ¿Quién habla? Como esas nubes
-nubes mías dice Antonio- que nos
atraviesan a través de lo no dicho y se evaporan sin aspiración a permanencia
alguna, difícil definir un sujeto poético (¿uno?) inestable, descentrado, poroso
y un discurso que balbucea no como estrategia retórica (simulacro de balbuceo o
precariedad) sino como honesta afasia. Un despojamiento que no es mero recurso
estético a lo arte povera sino más
bien, la expresión de quien habla fallándole la voz. ¿Cómo hablar cuando ya no
hay suelo bajo los pies? ¿Cómo seguir hablando, es decir empuñando la misma
sintaxis – como si nada hubiera pasado? ¿Con qué aliento decir la ausencia de
mundo? En un poema del libro llamado “Aliento” leemos:
En una oscuridad
mayor que cualquier
palabra
quien habla
de una casa perdida
para siempre
porque sí, fallándole
la voz… ¿qué habrá oído
decir?
El
poema como interfaz, término tomado de la electrónica que designa esa zona de
comunicación o acción de un sistema sobre otro. El poema como mesa en la que dialogan
vivos y muertos. ¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse
una y otra vez, un instante de dolor, quizás algo muerto que por momentos
parece vivo, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía
borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. El espinazo del diablo.
En
todo caso, los fantasmas son seres de frontera que se mueven en esa interfaz o
territorio donde los tableros muestran su inutilidad y los mapas conocidos su
fracaso. Así lo poético como “anomalía magnética”, una anomalía lingüística
cargada de intensidad Lo anómalo: desviación o discrepancia de una regla o de
un uso. ¿Qué significaría políticamente en un sistema en el que la muerte es la
norma?
Estáis
muertos / Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera
diría no lo estáis. .Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. (Vallejo, Trilce, 174)
diría no lo estáis. .Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. (Vallejo, Trilce, 174)
La
memoria de los que ya no están entre nosotros (o sí) y las cunetas que aún
murmuran, eso que se ha llamado memoria histórica. Algo bastante inquietante es
que muchas veces lo que realmente une a una comunidad (o a una familia) no es
la memoria compartida (siempre frágil, incompleta, evanescente), sino lo que
ese pueblo o ese grupo humano ha decidido olvidar en común, el común olvido. Lo
que ha decidido invisibilizar: tornar invisible a nuestro campo de conciencia.
Y que en las parasomnias y los arrabales de la vigilia vuelve a tomar cierto
espesor, cuando se resquebraja ese finísimo espejo frente al que repetimos “yo,
yo, yo” como un mantra. Ellos, los tachados del relato oficial, se hacen
audibles para quien todavía tiene oídos para escuchar, se hacen visibles para
quien, quizás, tenga el valor de mirarlos. ¿Quieres
vernos? nos preguntan, apartando la tierra de sus rostros. Para que alguien
al fin, los llame por su nombre.
El árbol transgeneracional que revela en nudos
su memoria del daño, creciendo torcido como fidelidad a la savia interrumpida.
El mismo árbol que carga con los muertos para que la savia siga circulando por la
rama rota, resistiéndose a olvidar estirándose extramuros del pacto de silencio,
de la amnesia convenida.
Resucitar
a los tachados de la historia, los olvidados, remover la tierra de la cuneta para
que los huesos resplandezcan: a más tachadura más alzan la voz, insisten en su
dolor que quiere ser escuchado. No hablando por ellos, dejando que hablen. No
impostando su voz.
Hace
algunos años titulé una nota sobre la poesía de Antonio como “Palabra en la
intemperie”, ahora radicalizaría ese titular y diría “Palabra en la indigencia”.
El poema no viene a ofrecernos ninguna ganancia, al contrario, nos tiende la
mano para pedir sustento como esos monjes mendicantes de la India, los
sannyasins. No es poema en una góndola ofreciendo una promesa de plenitud en un
mundo que ha desaparecido. El poeta mendicante como esos sannyasins que habiendo
reunido suficiente fuerza interior para renunciar totalmente a lo conocido (el
lenguaje también puede ser una fuente de seguridades) se desplazan de un lugar
a otro, extramuros de la ciudad para mendigar su alimento. Podemos leer en el
poema llamado “Dando las gracias”:
Hoy hay quienes nos
pasan
antes de caer la noche
Por delante,
sin mirarnos,
echándonos monedas.
Llevar
la precariedad al lugar del poema, desubicar el lenguaje y volverlo a construir
en otro lugar. Ciertamente, es radical apostar por la mendicidad de la
escritura en tiempos de Neuromarketing -disciplina en auge que no solo
interpela desde las góndolas del supermercado global, sino también en la pirotecnia lingüística de mucha de la poesía
que se mueve en circuitos efectistas y que
hasta se disfrazaría de indigente para seguir pretendiendo que aquí no ha
pasado nada.
¿Cómo
se expresa la resistencia en la escritura poética de Antonio Méndez?
Hay
en “Por nada del mundo”, así como en otros libros de Antonio, un intento de
romper amarras con la referencialidad, con el servilismo del significante que
se rebela contra el peso del significado. Eso que muchas de las vanguardias
formularon en sus programas hace tiempo y que tiene un carácter político; es
político hacer lugar en el poema a los otros, (paratextos) para que puedan
ingresar a un discurso hecho comunidad, así como el lugar (iluminado,
subalterno, descentrado) en el que se sitúa el enunciador. Como es un gesto
resistente la demolición de la retórica que sostiene este mundo irrespirable.
Abrir
espacios libertarios en tiempos de dictadura de la claridad en que el
compromiso político se concibe casi exclusivamente como una cuestión temática,
pero que continúa hablando como siempre y arengando como siempre desde los
mismos púlpitos. Vino viejo en odres viejos.
Ceguera por transparencia, los paradójicos efectos del exceso de luz que
nos ciega para ver un mundo nuevo. Hemos dejado de ver por necrosis de nuestros
párpados a tanta luz. Decir la falta de
lugar, la falta de mundo que hace que el poema no pueda sostenerse y haga
aguas.
La tiranía de la razón
Como
en otros libros de Antonio Méndez, hay una rebelión contra la razón logocéntrica,
un cuestionamiento de la lógica teniendo que presidir el discurso. Y
encontramos un rescate de aquellos estados de conciencia marginales a la razón:
parasomnias, semi-vigilias, la penumbra inquietante en la que fecunda lo no
dicho aún y las posibilidades de que algo inédito encarne.
Una
sección del libro lleva el nombre de “Simplicius Simplicissimus” y cuando leí
ese título no me remitió a la novela barroca alemana de 1668, sino a
trescientos años después, concretamente al año 1978 cuando televisión española
emitió los trece capítulos de “El aventurero Simplicissimus”. La historia de un
joven huérfano, vagabundo y educado como un animal más que llega a una aldea
perdido, despojado de todo y es
recogido por un monje ermitaño que le da el nombre
de Simplicius a causa de su sencillez y candor intelectual. Tras la
muerte de su mentor, Simplicius se ve arrojado nuevamente a un mundo cruel y
despiadado, un mundo de depredación.
Ni tan siquiera pedir
nada… Depositamos flores
oscuras a la entrada,
de viva voz,
descalzos. Volvemos
oliendo a humo.
Bebemos agua.
Y viene a la memoria el
enigma de Gaspar Hauser y la silueta -casi fantasmal- del poeta argentino Juan
Carlos Bustriazo deambulando por las afueras de Santa Rosa de la Pampa, excéntrico:
alejándose del centro de lo convenido. La lengua titubeante de los que caminan
por las afueras de la polis con los párpados humedecidos por las
insignificantes luminarias, esas que se han apeado del firmamento,
insectos-bujías visibles sólo para quienes todavía son capaces de ver con la
luz de los idiotas.
Laura
Giordani
Valencia, 22 de Junio
2017.
El artículo completo publicado en la revista Tendencias 21 en Agosto de 2017:
https://www.tendencias21.net/Quien-habla_a44126.html
https://www.tendencias21.net/Quien-habla_a44126.html
Fuentes y referencias
Milosz C. The Collected
Poems: 1931-1987. Penguin,
1997.
Vallejo C. Obra poética
completa. Madrid: Alianza Editorial, 1999.
Toro del, G. El
espinazo del diablo. Película
coproducida por España- México, 2001.
Antonio Méndez Rubio
Nacido en Fuente del Arco (Badajoz, España) en 1967, Antonio Méndez Rubio es uno de los autores más destacados de la actual poesía española. Poeta, ensayista y activista, participa en grupos libertarios de acción cultural y sociopolítica en Valencia, en cuya universidad enseña Teoría de la Comunicación.
Destacan sus libros El fin del mundo (1995, Premio Hiperión), Un lugar que no existe (1998), Trasluz (2002), Por más señas (2005, Premio Ojo Crítico de RNE), ¿Ni en el cielo? (2008), Extra (2010), Cuerpo a cuerpo (2010) y Siempre y cuando (2011). En el cruce de poética y sociedad, ha publicado Poesía y utopía (1999), Poesía sin mundo (2004) y La destrucción de la forma (2008). En materia de crítica cultural, su obra incluye Encrucijadas (1997), La apuesta invisible (2003) y La desaparición del exterior. Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad (2012).
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