Abrir las páginas de El niño que bebió agua de brújula (Calambur,
2011) de Julio Mas Alcaraz implica el inicio de un viaje que no tiene nada que
ver con itinerarios prefigurados, un viaje en el que las mismas nociones de
partida o llegada pierden su sentido. Más bien, invitación a adentrarse en un
territorio donde las brújulas enloquecen y pierden toda utilidad. Un viaje del
que no saldremos indemnes porque ese agua de brújula que nos van administrando
pacientemente desde la infancia, imantada por los puntos cardinales de la
costumbre, la repetición, lo programado (familiar y culturalmente), es
precisamente el tóxico que deberemos purgar si deseamos recuperar algún atisbo
de libertad espiritual.
Encontramos aristas muy interesantes en la construcción del poemario:
multidimensionalidad, fractura de la concepción lineal del tiempo, un
cuestionamiento feroz de lo que significa “progreso” individual y
colectivamente “Algunos creen que el tiempo conserva dirección y progreso. Como
si los rostros fueran inmutables y no un mecanismo del dibujo” (Pág. 16); el
libro va desplegando ante el lector una tierra ardiente en la que vivos y
muertos se cruzan o vuelven a agonizar
ante nuestros ojos por gracia del dolor atemporal que nos atrapa en su red. O
donde cualquier madrugada podemos acunar al cadáver del niño dañado que fuimos.
Hay una fuerza poderosa hilvanado lo fragmentado y que recibimos como
temblor, pero sobre todo, como un don y es la intensa piedad que recorre sus
más de doscientas páginas. Un descentramiento que permite al poeta estirar los
límites del yo para empatizar descomunalmente con todo lo viviente, con todo lo
dañado. “ Me gustaría/ dormir con una mano atada // a la rama de aquel roble
cortado” ( Pág. 112) Esas fronteras personales son puestas en crisis, esos
contornos –cuya nitidez está más que cuestionada - que nos separan del mundo.
Una compasión inusual y muy de agradecer, similar a la que irradia el poema
“Lack of evidence” por ejemplo, en el que el poeta escocés John Burnside da voz
simultáneamente a la niña desaparecida y asesinada, a sus padres y al homicida
en una polifonía arriesgada y conmovedora.
La palabra poética de Julio Más Alcaraz recorre no sólo esos pasajes que
llamamos tiempo, sino también los distintos espacios (y los objetos que los
habitan) por los que transcurrimos: oficinas, camas de hospital, centros
urbanos, bosques y esos territorios indecisos entre la ciudad y el campo,
paisajes de la periferia con todo su abandono y enigma. Esa gracia es imparable
e ingresa en la jeringuilla de los drogadictos, en las mecedoras orinadas de
los viejos, en el cachorro muerto que lleva un niño. No es casual que el
epílogo esté precedido por estas palabras de San Juan De La Cruz: “Solo si el
amor pasa a ocupar el sitio de la razón se convierte en camino de
trascendencia”
El niño que bebió agua de brújula da cuenta del daño no sólo infligido por el ser humano a sus semejantes,
sino a todos los reinos a los que arrastra en su corriente ciega al desastre. Y
también vuelve “a unir, a escondidas, los eslabones/ de los péndulos de los
zahoríes” para encontrar esa otra agua emancipada frente a la que todas las
brújulas confiesan su derrota.
Laura Giordani
Videopoema de El niño que bebió agua de brújula
Al despertar, el yo niño muerto. Tiene quemaduras y ampollas
en sus dedos. Lo recojo en mis brazos, las piernas juntas en mis
manos, su cuello hacia atrás.
No logró aprender a respirar las violentas luces de madrugada
que entran por la ventana.
Tiempo 3 poema III
Se pierden tus pasos pero los dioses modelan barro con las
materias de las bolsas mojadas de basura, con los orines de los
viejos en las mecedoras, con los lloros de los olvidados y el aguadel camión que inunda las aceras.
En la ira de tu muerte corto mi cara y lleno la ciudad de aullidos.
Viajo para no oír
cómo disparan con sus rifles
a los árboles que se agitan.
cómo disparan con sus rifles
a los árboles que se agitan.
Viajo para acariciar
los colmillos del zorro,
bañarme con las nutrias,
untar mi cuerpo de resina
los colmillos del zorro,
bañarme con las nutrias,
untar mi cuerpo de resina
y quitar el hedor a humano que impregna mis
ropas
y olfatean las bestias de lejos.
y olfatean las bestias de lejos.
Tiempo 5 poema VII
Entre montañas partidas por fábricas de cemento, las luces
traseras de un coche. Los buitres llegan a sus nidos en lo alto de
las iglesias con virutas de acero en las bocas. Motores de
camiones vibran llenos de reses. Suenan cerca motosierras y
retumban los troncos al caer.
Me gustaría
dormir con una mano atada
a la rama de aquel roble
cortado.
después del blanco
traseras de un coche. Los buitres llegan a sus nidos en lo alto de
las iglesias con virutas de acero en las bocas. Motores de
camiones vibran llenos de reses. Suenan cerca motosierras y
retumban los troncos al caer.
Me gustaría
dormir con una mano atada
a la rama de aquel roble
cortado.
Tiempo 5 poema XXVIII
después del blanco
adelante bajar atrás hacia en la caída
frío las
piernas sudor
el miedo a la locura al comienzo del miedo y el
sonido del
ejército nazi que desfila máquinas cizallas en canteras de
carne las
tropas cavan estoy muerto pero también
soy
capaz de pensar que lo estoy y verme
en la mente del torturado el galápago
vivo sin caparazón el
niño a quien maltratan su orín con sangre tener sus
memorias completas ser ellos como
este pájaro al que
disparan y con cuyos ojos caigo sobre unas encinas
despertar en la llanura cubierta de troncos y esqueletos de
dríades que no aguantaron los temblores de las sierras eléctricas
los perros salvajes las voces algo
masticamos en nuestro
interior afuera casi normal
el rostro se endurece en un ruido de yeso
y cae la máscara
Tiempo 8 poema XVIII
¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con los ancianos la
primera vez que ven el mar?
Epílogo poema I
Julio
Mas Alcaraz. De “El niño que bebió agua de
brújula”. Calambur. 2011.
Julio Mas Alcaraz nació en Madrid en 1970. Hijo adoptado, pasó su infancia y juventud en Alicante. Es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y MBA. Ha vivido, además de en las anteriores ciudades, en Chicago, Nueva York y Londres, donde ha desempeñado cargos de responsabilidad en organizaciones internacionales. Su primer poemario fue Cría del ser humano (2005). Como traductor ha publicado La diferencia entre Pepsi y Coca-Cola. Antología de poesía norteamericana contemporánea (2007), Vive o muere(2008), de Anne Sexton, y El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery (2010). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas y aparecen en diversos libros colectivos y antologías. Entre otras actividades relacionadas con la poesía, dirigió la colección Highway 66 y es miembro fundador del grupo de performance EX.PO.RA. En la actualidad estudia un Master of Arts en FIlmmaking en la London Film School y reside en Londres. Tiene dos hijos.
5 comentarios:
Es conmovedor, enternecedor. Me escalofrió esa línea que dice "cuando llevas mucho tiempo en una red, te arropas con ella...". Monumental. Un abrazo.
Muchas gracias por tu visita y tus impresiones, Darío. Te recomiendo que leas el libro (no sé si se puede conseguir en Argentina) porque es todo escalofrío.
Un abrazo!
Laura
Gracias Laura por escalar los declives del alma, reconciliando relámpagos.
La agradecida por tu compañía constante soy yo, Elizabeth. Un abrazo fuerte.
Laura
Unos poemas que no dejan al lector indiferente, así como todo el libro que he tenido la oportunidad de leer.
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