http://manuelrico.blogspot.com/2011/06/portbou-lugar-de-la-memoria-derrotada.html
En el cementerio de Portbou, donde Walter Benjamin sobrevuela el desfile de sombras abrazado en su despedida al ángel perplejo de la historia, se halla el lugar que elige el poeta para entonar su kaddish de duelo:
Y aquí, ante este mar, en este cementerio de luz y espliego,
en este rincón donde la tierra se esconde, donde los hombres
desaparecen perdidos en azul, en serpenteante línea que desciende
y escala la montaña, en negro vacío que horada siglos, distancias.
Aquí jalonado de muertos, en este promontorio de ausencias,
en la escarpada memoria de los que fueron y de lo que fui,
en las voces que suben y se hacen signo, azul sobre blanco,
en el reconocimiento de lo que perdí, de mis sombras y las suyas,
en esta respiración acompasada con los muertos, este vaivén
de rezo o suspensión, de acompañamiento o herencia,
en esta devolución consagrada, circunvalada, rodeada
como piedra o carne, en este llanto que es palabra,
en esta latitud del siglo donde mi pasado se diluye
como agua verde o espasmo de un recuerdo conquistado
al olvido y sus trampas, a los maliciosos del consuelo.
¿A partir de cuándo?
¿A partir de cuándo el ángel, el pájaro,
en este rincón donde la tierra se esconde, donde los hombres
desaparecen perdidos en azul, en serpenteante línea que desciende
y escala la montaña, en negro vacío que horada siglos, distancias.
Aquí jalonado de muertos, en este promontorio de ausencias,
en la escarpada memoria de los que fueron y de lo que fui,
en las voces que suben y se hacen signo, azul sobre blanco,
en el reconocimiento de lo que perdí, de mis sombras y las suyas,
en esta respiración acompasada con los muertos, este vaivén
de rezo o suspensión, de acompañamiento o herencia,
en esta devolución consagrada, circunvalada, rodeada
como piedra o carne, en este llanto que es palabra,
en esta latitud del siglo donde mi pasado se diluye
como agua verde o espasmo de un recuerdo conquistado
al olvido y sus trampas, a los maliciosos del consuelo.
Mujeres y niños republicanos rumbo al exilio, 1939
¿A partir de cuándo?
¿A partir de cuándo el ángel, el pájaro,
desde cuándo la herida, el canto, lo quebrado,
el asombro, la suave permanencia, la luz,
desde cuándo la música, su ingrávido descenso,
la claridad bañando el mundo, la palabra
escalando la noche, vaticinando gira que gira
el gozne, lo entreabierto, la cadera herida, la piel
marcada, lo que rodea y abraza, lo circunciso,
la agrietada fidelidad, la fraterna constancia
de lo que contemplan los contemplados
a partir de cuándo el silencio y sus sombras,
desde que tiempo sin tiempo horada renuncias,
enumera traiciones, olvidos, cuándo.
Quién escuchó el pájaro, la luz, la carne,
quién la dijo, desde dónde la inventó, la bautizó
y sacralizó el instante, lo venidero como esperanza,
un sueño terso que adivina lo posible, lo nunca acaecido
y sin embargo siempre preguntado, indagado
en temblor, hueco, cuenco de vigilia, descenso, regreso.
¿A partir de cuándo el pájaro, la luz?
¿desde cuándo el cazador, el oscuro silencio?
¿a partir de cuándo?
Cuando llegó el verbo y fue sangre, boca, saliva,
cuando pobló, nombró, dijo, permaneció.
Mas ¿cuándo llegó el verbo?
¿cuándo el pájaro y su canto?
¿a partir de cuándo el canto?
¿cuándo su renuncia?
VI
Está la llaga y la luz y la luz
prevalece y salva
Pues amor también es un encuentro,
conocimiento que hacia atrás se pierde,
lo que busca el animal, el niño, un pálpito,
sentir la piel, el suave estremecimiento de la caricia,
el roce, lo que irradia el calor, el abrazo que tiembla,
lo compartido, la belleza que se adelgaza y se hace
música, tacto, silencio en que todo estalla
como palabra que es consuelo, acogimiento,
una plenitud hecha aire, acorde, suave evocación
que llega, se escucha y penetra como herencia
o fidelidad, lo alto, lo hermoso sin sobresalto,
lo que fue melancolía al caer la tarde
y ahora susurra y es vuelo de notas, distancia inasible.
El siempre repetido asombro,
lo desnudo que conmueve,
la perfección que viste en Florencia,
lo aparecido en mármol, lienzo,
lo hasta ti llegado, ahora por fin
ofrecido, esperando tacto,
un aliento, la incandescencia, la suavidad.
Luz nacida del centro, del oscuro vaivén
que todo contiene y es materia
vuelta a una profundidad que cobija,
una pasión que ya es música, infinitas
palabras atravesando siglos, orfandades,
para decir lo irrepetible: una luminosa heredad
o tan sólo dos cuerpos ya nunca solos.
Así nos encuentra lo que busca el niño,
el animal, un remoto origen para reconocernos
en el punto mismo del inicio cuando vivir
era lo que nos esperaba: una reclamada aventura,
cuando la sonrisa nos pertenecía como la historia
que estaba por escribir y todo era como promesa:
las palabras, la carne, el mar, las ciudades,
todo transitaba en el instante hacia la luz,
edificaba recuerdos, nostalgias, era júbilo, rebelión
o conocimiento.
Íbamos por el país de las sombras, orgullosos
de un no proclamado con la cara al viento
de todas las interrogaciones o certezas,
contra los silencios cómplices y la repetida ignominia.
Entonces la palabra era un soplo cálido de la memoria,
abrías, abríamos, calles de espanto, de enloquecido sueño,
de gritos (a gritos, con piedras de voz, de luz, rompíamos
avenidas, ventanas, lunas, lo que se quebraba en el tiempo
para nacer) con pequeñas banderas, con una esperanza
repetida en infinitas lenguas.
Éramos como nuestros cuerpos:
una insolente certeza,
el desnudo afán de una belleza nuestra y desconocida.
Descendimos a la noche amenazada
(lo ocultado con el miedo, lo destruido,
lo que íbamos haciendo trizas en la madrugada,
lo arrojado en el silencio)
supimos del espanto, del hueco de sangre
que hería las baldosas, los registros, las largas ausencias,
supimos la caída que fue grito multiplicado
(descubriste entonces la geografía insumisa
de tu ciudad nunca vencida, las alejadas plazas,
el extrarradio, las barriadas humildes, las aceras
nunca antes visitadas) y fuimos vergüenza
cuando al alba era la muerte y su decretado silencio.
Y sin embargo nada,
ni la noche, el horror, el miedo,
nada
abolía la sonrisa, la inconsciente esperanza,
el saberse inicio, terso reclamo
de un mañana venidero, inevitable, nuestro.
Éramos certeza, una luz,
un cuerpo esperando otro cuerpo,
un descenso torpe, casi un balbuceo,
desde la tibieza, desde ese indeleble desamparo
que nos acogía y estallaba en deslumbramiento:
lo soñado tan real como un dedo
que desciende, como deseo
abierto en iris, en carne retenida, en susurro
de piernas, en un furor tan dulce como abandono.
¡Ah tu pubis incandescente iluminando la estancia!
llamando la mirada como lo negro contiene la luz,
llamarada que viste la penumbra y nos encamina
a la caricia, a dilatar infinito el deseo hasta llegar
donde apunta y abrir la carne al común estremecimiento,
al abrazo de mundos que juego y pasión, ferocidad
y ternura confunden y todo se resuelve, se revuelve en instinto
y luego se adelgaza en pequeña palabra, cansancio,
otro encuentro que es reposo, rememoración, olvido
(..)
Hay también aquí una distancia,
una esfera inalcanzable,
un espacio de silencio que ningún amante
puede salvar, el goce (¿la libertad acaso?)
que se afirma y es herida ardiente, rejón
que taladra el recuerdo y regresa en las pálidas
horas de insomnio cuando imagen y palabra
dilatan el tiempo como cuerpo torturado,
extendido en el potro de una verdadera y falsa memoria.
Está la herida, la distancia, lo insalvable
y está la pasión, la piedad, la caricia, el tránsito
que no es olvido, la abierta materia de sueños,
la argamasa, el adobe amasado en trigo y barro
de los días que junta cuerpos, fragmentos, lo renovado,
la claridad, el asombroso fulgor de la belleza.
Está la herida y está la luz,
están los cuerpos, su tenaz resistencia,
la pasión, lo vivo elemental,
está la carne
está la llaga y la luz
y la luz prevalece, ilumina y salva.
Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) es licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense y Diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa. Profesor de literatura española en Enseñanza Secundaria.
Desde 1997 es responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur. Ha publicado los poemarios En este lugar, con el que obtuvo en 2004 el “Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún” en su XXXV edición y Orilla del tiempo (2005). En 2009 apareció en la colección de Narrativa Bartleby su libro de relatos El peluquero de Dios. Ha escrito trabajos de investigación y de creación literaria en revistas como Anthropos, Revista da Faculdade de Letras-Universidade de Lisboa, Asparkía,La ortiga, Dossiers feministes, Diálogo de la lengua, El cielo de Salamanca, Riff-Raff, Cuadernos del matemático y cbn.
de lo que contemplan los contemplados
a partir de cuándo el silencio y sus sombras,
desde que tiempo sin tiempo horada renuncias,
enumera traiciones, olvidos, cuándo.
Quién escuchó el pájaro, la luz, la carne,
quién la dijo, desde dónde la inventó, la bautizó
y sacralizó el instante, lo venidero como esperanza,
un sueño terso que adivina lo posible, lo nunca acaecido
y sin embargo siempre preguntado, indagado
en temblor, hueco, cuenco de vigilia, descenso, regreso.
¿A partir de cuándo el pájaro, la luz?
¿desde cuándo el cazador, el oscuro silencio?
¿a partir de cuándo?
Cuando llegó el verbo y fue sangre, boca, saliva,
cuando pobló, nombró, dijo, permaneció.
Mas ¿cuándo llegó el verbo?
¿cuándo el pájaro y su canto?
¿a partir de cuándo el canto?
¿cuándo su renuncia?
Madre e hijo en el campo de refugiados de Argeles-Sur-Mer en Francia, 1939
VI
Está la llaga y la luz y la luz
prevalece y salva
Pues amor también es un encuentro,
conocimiento que hacia atrás se pierde,
lo que busca el animal, el niño, un pálpito,
sentir la piel, el suave estremecimiento de la caricia,
el roce, lo que irradia el calor, el abrazo que tiembla,
lo compartido, la belleza que se adelgaza y se hace
música, tacto, silencio en que todo estalla
como palabra que es consuelo, acogimiento,
una plenitud hecha aire, acorde, suave evocación
que llega, se escucha y penetra como herencia
o fidelidad, lo alto, lo hermoso sin sobresalto,
lo que fue melancolía al caer la tarde
y ahora susurra y es vuelo de notas, distancia inasible.
El siempre repetido asombro,
lo desnudo que conmueve,
la perfección que viste en Florencia,
lo aparecido en mármol, lienzo,
lo hasta ti llegado, ahora por fin
ofrecido, esperando tacto,
un aliento, la incandescencia, la suavidad.
Luz nacida del centro, del oscuro vaivén
que todo contiene y es materia
vuelta a una profundidad que cobija,
una pasión que ya es música, infinitas
palabras atravesando siglos, orfandades,
para decir lo irrepetible: una luminosa heredad
o tan sólo dos cuerpos ya nunca solos.
Así nos encuentra lo que busca el niño,
el animal, un remoto origen para reconocernos
en el punto mismo del inicio cuando vivir
era lo que nos esperaba: una reclamada aventura,
cuando la sonrisa nos pertenecía como la historia
que estaba por escribir y todo era como promesa:
las palabras, la carne, el mar, las ciudades,
todo transitaba en el instante hacia la luz,
edificaba recuerdos, nostalgias, era júbilo, rebelión
o conocimiento.
Íbamos por el país de las sombras, orgullosos
de un no proclamado con la cara al viento
de todas las interrogaciones o certezas,
contra los silencios cómplices y la repetida ignominia.
Entonces la palabra era un soplo cálido de la memoria,
abrías, abríamos, calles de espanto, de enloquecido sueño,
de gritos (a gritos, con piedras de voz, de luz, rompíamos
avenidas, ventanas, lunas, lo que se quebraba en el tiempo
para nacer) con pequeñas banderas, con una esperanza
repetida en infinitas lenguas.
Éramos como nuestros cuerpos:
una insolente certeza,
el desnudo afán de una belleza nuestra y desconocida.
Descendimos a la noche amenazada
(lo ocultado con el miedo, lo destruido,
lo que íbamos haciendo trizas en la madrugada,
lo arrojado en el silencio)
supimos del espanto, del hueco de sangre
que hería las baldosas, los registros, las largas ausencias,
supimos la caída que fue grito multiplicado
(descubriste entonces la geografía insumisa
de tu ciudad nunca vencida, las alejadas plazas,
el extrarradio, las barriadas humildes, las aceras
nunca antes visitadas) y fuimos vergüenza
cuando al alba era la muerte y su decretado silencio.
Monumento a Walter Benjamin, Portbou
Y sin embargo nada,
ni la noche, el horror, el miedo,
nada
abolía la sonrisa, la inconsciente esperanza,
el saberse inicio, terso reclamo
de un mañana venidero, inevitable, nuestro.
Éramos certeza, una luz,
un cuerpo esperando otro cuerpo,
un descenso torpe, casi un balbuceo,
desde la tibieza, desde ese indeleble desamparo
que nos acogía y estallaba en deslumbramiento:
lo soñado tan real como un dedo
que desciende, como deseo
abierto en iris, en carne retenida, en susurro
de piernas, en un furor tan dulce como abandono.
¡Ah tu pubis incandescente iluminando la estancia!
llamando la mirada como lo negro contiene la luz,
llamarada que viste la penumbra y nos encamina
a la caricia, a dilatar infinito el deseo hasta llegar
donde apunta y abrir la carne al común estremecimiento,
al abrazo de mundos que juego y pasión, ferocidad
y ternura confunden y todo se resuelve, se revuelve en instinto
y luego se adelgaza en pequeña palabra, cansancio,
otro encuentro que es reposo, rememoración, olvido
(..)
Hay también aquí una distancia,
una esfera inalcanzable,
un espacio de silencio que ningún amante
puede salvar, el goce (¿la libertad acaso?)
que se afirma y es herida ardiente, rejón
que taladra el recuerdo y regresa en las pálidas
horas de insomnio cuando imagen y palabra
dilatan el tiempo como cuerpo torturado,
extendido en el potro de una verdadera y falsa memoria.
Está la herida, la distancia, lo insalvable
y está la pasión, la piedad, la caricia, el tránsito
que no es olvido, la abierta materia de sueños,
la argamasa, el adobe amasado en trigo y barro
de los días que junta cuerpos, fragmentos, lo renovado,
la claridad, el asombroso fulgor de la belleza.
Está la herida y está la luz,
están los cuerpos, su tenaz resistencia,
la pasión, lo vivo elemental,
está la carne
está la llaga y la luz
y la luz prevalece, ilumina y salva.
Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) es licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense y Diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa. Profesor de literatura española en Enseñanza Secundaria.
Desde 1997 es responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur. Ha publicado los poemarios En este lugar, con el que obtuvo en 2004 el “Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún” en su XXXV edición y Orilla del tiempo (2005). En 2009 apareció en la colección de Narrativa Bartleby su libro de relatos El peluquero de Dios. Ha escrito trabajos de investigación y de creación literaria en revistas como Anthropos, Revista da Faculdade de Letras-Universidade de Lisboa, Asparkía,La ortiga, Dossiers feministes, Diálogo de la lengua, El cielo de Salamanca, Riff-Raff, Cuadernos del matemático y cbn.
4 comentarios:
Bello texto, lleno de cobijo, de abrigo. No quedarse en la llaga, mirar también hacia la luz, su luz. vivir está, a lo mejor, en ese tránsito constante de la una a la otra
Me ha gustado la primera parte, las preguntas o la pregunta. Esa que forma siempre parte del poema.
Sin embargo, me parece que aquí se labra el lenguaje con viejos arados, arados, claro, que remueven la emoción. O, quizás, es una forma de acercarse a ese pálpito, de manera espontánea, sin artificios. Y cumplir su cometido.
un abrazo
Qué entrada tan hermosamente oportuna, Laura, cuando la derrota sobrevuela por nuestras cabezas como un fantasma conjurado que regresa.
La delicadeza de las imágenes acompaña una no menos frágil escritura, que se hace torrencial como los millones de humanos arrebatados de sus vidas por esa multiplicidad de fascismos que asediaron nuestra historia (incluyendo, desde ya, el mismo presente).
Decía Benjamin que tenemos que leer la historia a contrapelo. Y este poemario de Antonio Crespo realiza, poéticamente, ese programa crítico. Repasar las múltiples figuras del dolor, retratar su caída irretratable, toda esa legión de impulsos que fue ejecutada a mansalva, de maneras diversas, incluyendo el suicidio en situaciones desesperadas.
No hay nada que se parezca a una celebración de la derrota; más bien, un abrazo a todos esos que lucharon y siguen luchando por hacer posible lo que el discurso dominante quiere imposible: una sociedad justa e igualitaria que ha dejado atrás las prácticas del sacrificio.
También el ángel de la historia puede llorar ante tanta devastación. Mirando el cementerio del mar, "promontorio de ausencias" en el que late, aún, el deseo humano.
El poemario de A.C.M. es un canto a todas esas memorias saqueadas que, sin embargo, retornan para inquietar a los vivos. Además de pasajes notables, toda su estela va tras la revuelta que se va gestando en algún rincón del corazón.
Nosotros latimos junto a él.
Un beso,
Arturo
Me encantó, me encantó, me encantó...
me encantó, me encantó, me encantó
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