Poemas de Marcelo Dughetti: Los caballos de Isabel y El monte de los árboles sogueros


“…con extraña serenidad
sepulto a sus caballos
que ahora yacen aquí
como en el seno
de una dulce costumbre”
Joaquín Gianuzzi

T

Te contaré en las puertas de tu sueño
la historia del mal, cierra los ojos.
Sobre cristales azules una niña camina dormida.
Trepa la joroba de la tarde,
un cerdo le devora los dedos, la niña no llora.
Hay mirra, incienso, miel
ofrendas de pederastas arrepentidos.
Hay poetas que arrastran un campanario entero.
Hay escarabajos brotando de los ojos de su madre.
Hay esqueletos de gatos donde las hormigas levantan un
templo.
Hay un buey que muge desconsolado.
Hay niños que muerden al buey.
Hay un ángel soldado, con una espada roja sobre el pesebre
y en la noche de diciembre
un coro de abuelos
cantando villancicos
en cajitas.

-

E-
[A Viel Temperley]

El poeta se hunde en el sonido del agua
Ya no escucha la cantinela de otros nadadores y sus
preparadores físicos
Se hunde dormido como espera que lo asalte la muerte
Busca tocar el fondo
de un sueño que comenzó en la infancia.



L


Los cuadernos que supiste leer
para las fechas especiales.
Las llaves del infierno junto a las botas.
La ventana abierta.
El armario atorado de cadáveres.
El tiempo y su limosna amarilla
mendigos de la memoria
el rostro de la niña,
el ídolo sobre la repisa
los cuatro miedos arrodillados
en plegaria.

-



E

-

El ídolo abrió sus sellos redentores.
Por fin tus plegarias han resuelto que vuelva.
Escuchas acaso la insistencia de los llamadores.
Despierta mujer, descorre el velo
hay que barrer las cenizas,
despejar las sábanas de los muebles,
un mesa nueva, que no sienta que hemos sufrido
en la puerta una noche larga
nos está llamando.



F

Fumo, escucho los troncos que abraza el fuego
como en la prehistoria de la humanidad
los caballos pueblan la pared de la escalera.
¿Qué de todos aquellos hombres ha venido a buscarme?
El aire de la estufa agita los caballos y sus llanuras,
Isabel duerme a tu lado en la cama grande, tiene fiebre.
De la calle los sonidos del tren, risas, sirenas, disparos
pero es otro tiempo, un cangrejo inalterable.
El pájaro despierta posado en el respaldar.
Isabel dibuja en su delirio animales que no veo.
Le besás la mano y la nombrás como a un fantasma.




FAULKNER DEJA DE ESCRIBIR

con mi hija
construimos un barco para escapar
al centro de la tierra

todos los domingos le agregamos detalles
mi madre
encerrada en su urna de hueso
suele desearnos suerte
nos prepara un té de odio
y lo sirve envuelta en su capullo.

cuando llega la noche
y el lunes muerde con su pan de furia,
miramos con ternura el barco fantástico
la cruz de palo santo
el osito rojo en la cabecera
la dulce mortaja
que cubrirá el futuro.



S/T
que nadie camine
por el monte de los árboles sogueros.

l

os hombres
se ponen negros y se hinchan.

las moscas
abrigan los ojos de los desesperados.

el viento
los respeta, apenas los inclina

yo paseo con mis cinco metros de soga al hombro
desde aquella orilla tiende sus brazos
mi hija.

En este enlace de la revista Lamás Médula se pueden escuchar en la voz de Marcelo algunos poemas:
http://www.revistalamasmedula.com.ar/nro2/cordoba_vm.htm


Decir la muerte, testimoniar su presencia indeleble en el flujo mismo de la vida: ésa parece ser la constante obsesión a la que se pliega, con insistencia lúcida, la poesía de Marcelo Luis Dughetti. Para testimoniarla, para decir su fuerza interruptora, para hacerle a sus espectros un lugar en el lenguaje, Dughetti pone a circular por sus poemas una simbología que varía conforme sus diferentes libros. En Donde cayó esta muerta es un pozo; en El monte de los árboles sogueros, un bosque donde se ahorcan los habitantes de una comunidad; en Los caballos de Isabel, un pájaro y unos caballos que la imaginación de una niña alumbra para exorcizar los demonios que se han apoderado del ámbito familiar.

En Los caballos de Isabel el significante “caballos” fluctúa y muta de sentido según el contexto. En los versos de Giannuzzi que hacen las veces de epígrafe, de introito al poemario en su conjunto, el término “caballos” quizás haga referencia a la rabia, al ímpetu o a la pasión; la costumbre los recoge en su seno, los dulcifica y apacigua. En la segunda parte de la dedicatoria (“A Brunella Dughetti por estos caballos”), parecen equivaler a los poemas que integran el libro: cada uno de ellos un potro domado, un resto de deseo que la escritura contuvo en su desboque y transformó en poesía. En el sexto poema del volumen (versos número siete y ocho) leo: “Yo sueño con un mar de caballos en llanuras azules / yo sueño con las llanuras y los caballos de dios / rabiosos y angélicos”; producto de la actividad onírica, son un atributo divino y ambivalente, ríspido maridaje de furia y candor. Más adelante, en el décimo octavo poema, leo: “Isabel despierta de la siesta / entra con cinco caballos en las manos”; son caballitos-cíclope que la niña ha dibujado en un cuaderno y que luego corona con papel de cigarrillo. En el poema siguiente, los caballos equivalen a las formas móviles que las llamas proyectan sobre la pared de una escalera.

En Los caballos de Isabel, la poesía no sólo transfigura el ámbito de lo cotidiano sino que recobra su carácter de donación: es lo que se recibe de otro (en este caso, un legado inverso que va de hija a padre) y es lo que se da a otro (lo que el yo se quita de encima, como una carga insoportable). Los caballos que el padre sueña son los que la hija dibuja y después entrega a la voracidad del fuego purificador, y son los que el padre salva de la catástrofe y, ardidos, deformes, cede al abrazo hospitalario de la amistad. Como en “Faulkner deja de escribir”, un poema de El monte de los árboles sogueros, padre e hija comparten la construcción de este libro, un barco-poema para huir de la atracción devastadora de la muerte.

La de Dughetti es una poética del intercambio, el traspaso y la donación; una escritura que descree de la fijación de ideas y apuesta a la fluidez de las palabras, para trazar vasos comunicantes entre lo cotidiano y lo siniestro y poner al desnudo la íntima conexión que existe entre ambos planos de la realidad. Esta poesía fabrica un mundo donde lo familiar y lo ominoso confluyen y se fusionan
La poética de Dughetti se sostiene en un curioso oxímoron, que no es un elemento retórico sino la furtiva arquitectura de una cosmovisión. En su afán reiterativo por nombrar la muerte, hace de la poesía un testimonio vital. Como el cadáver vallejiano, sus poemas están llenos de mundos, de imágenes explosivas y deslumbrantes, de desbordes rítmicos y dislocaciones semánticas, que sacuden, interrogan y amplían nuestra percepción y entendimiento. Así, nos obligan a gozar, como lectores, del lenguaje y sus vértigos, hendiduras y pasajes a través de los cuales asoman, en las palabras, los pliegues múltiples que conforman lo real. Es decir: nos llevan a tomar nota de los terrores y maravillas que, secretamente, colindan con nuestra existencia y la tornan tan indispensable como incierta.

José Di Marco

Diciembre de 2008



Marcelo Luis Dughetti nació en Villa María (Argentina) en 1970. Es maestro de enseñanza primaria y Técnico Superior en Comunicación Social (Todo lo cual no lo hace más feliz).

Ha publicado cuatro libros de poesía : La joroba de Bronce (2003), Donde cayó esta muerta (Premio Provincial de Letras-2003) El monte de los árboles sogueros (2007) Los caballos de Isabel (2009)y en narrativa perteneciente a la colección Proyecto para un diluvio, el libro La bicicleta roja (2007).

Recientemente ha compilado, para la Universidad Nacional de Villa Maria, una
antología de escritores del sur cordobés. Fue fundador de las revistas literarias La araña de Carbón y Arena.

Sus trabajos han sido comentados en diferentes medios gráficos como Pagina 12, Revista Inrockuptibles, Diario de Poesía, Diario La Capital, Diario El ciudadano y Revista Alguien Llama, entre otras.
Actualmente se encuentra en trabajo de edición su libro Hospital (poesía)

9 comentarios:

Arturo Borra dijo...

Cuánta delicadeza Laura para descubrir ante otros a este poeta cordobés... y no podría ser de otro modo ante una escritura que se revela frágil, dañada, poblada de caballos corriendo por la frente.

Todavía hay mucho por andar y detenerte en Dughetti es una forma de mostrarlo. De recordar que nunca somos suficientemente nómades, que toda búsqueda, para sostenerse, debe desplazarse, arriesgar nuevos pasos, salirse de los nombres consagrados. (Añoro ese espíritu crítico que lee contra los nombres de autor; que evita la reducción del texto a su enunciador o que, en todo caso, arranca a éste del lugar de garante -metafísico- del valor).

Y sí, este poeta no es demasiado conocido, pero sobre todo en Los Caballos de Isabel desata el lenguaje de sus tranqueras habituales, incluyendo el imperativo de "conclusividad" o "rotundidad". Entonces esos caballos trotan en el rostro de Isabel y un diálogo íntimo, vulnerado, se hace posible.

Todo ese universo imaginario -que no ilusorio- está habitado de animalitos heridos, y aunque se adivina una tristeza profunda, un "armario lleno de cadáveres", también hay dulzura, un sueño que regresa desde la infancia. Esos animalitos ayudan a desafiar un principio de realidad demasiado estrecho y sólo entonces nace la posibilidad de una fuga que no sea simple evasiva.

Y aunque cabría extenderse bastante más, me quedo con esa estampida poética que atropella las alambradas del sentido común.

Gracias por ayudar a derribarlas.

Un beso,

Arturo

Leonardo dijo...

¡Cuántas escrituras habré descubierto en tu bitácora! como ésta que parece tener un trato tan natural y delicado con la muerte, que parece escrita desde la visión de la infancia, sin misterio, apenas con algunas figuras espectrales que no más están ahí, sin querer aterrarnos. El ritmo sereno lo apacigua todo. Nos lleva de una orilla a otra, sin sorpresa.
Un abrazo

Laura Giordani dijo...

Querido Arturo:

Tu comentario sí que aporta con esos matices de lectura tan agudos que compartís. Taer la poesía de Marcelo Dughetti ha sido una de las experiencias más gratificantes en el blog. Había leído unos pocos poemas suyos en la revista digital Lamás Médula y me quedó una sensación que tengo poquísimas veces al leer por primera vez a un poeta: sus palabras tienen peso, me las creo, hay una "carga" pulsando a través del lenguaje manifiesto que impacta. Mi idea es poder dar a conocer poetas valiosos independientemente del "peso" de su nombre. Y descubrir poetas así es una satisfacción enorme. El monte de los árboles sogueros está formado por 30 poemas que se entretejen o trenzan como soga en torno a una serie de suicidios que se produjeron en la localidad en la que vive Marcelo, Villa María, en la provincia de Córdoba, Argentina, muy cerquita de mi ciudad allí.Me gustaría que sea él mismo quien hable de su libro, así que pego fragmentos de una entrevista que no sé si cabrá íntegra en un comentario, pero iré desglosando porque vale la pena:

--

La poesía es plausible de anidar en el lector sentimientos análogos al descrito. Esta es una de las sensaciones que me asaltaron con posterioridad a la lectura del nuevo libro de Marcelo Dughetti: EL MONTE DE LOS ARBOLES SOGUEROS.
Un monte desde el que proviene un eco insistente que no parece detenerse, la treintena de poemas que lo conforman retumban en las copas de sus árboles y caen ante nosotros la soledad, el desamparo, el suicidio; pero también el sexo, la frialdad, la indiferencia, la incertidumbre... En este universo de 45 páginas, Dughetti nos presenta un mundo que describe elípticamente con dolorosa belleza, como dice Schmidt. La soga, quizás el elemento central del libro, recurre en los poemas de diversas maneras; puede aparecer comprada fríamente por quien se mecerá de ella, puede surgir de los gusanos que luego serán hermosas mariposas o puede ser tejida también por una araña; no importa como, el peligro está latente y puede ser mortal.
EL MONTE DE LOS ARBOLES SOGUEROS es un sorbo delicioso y lúgubre que deleita nuestros paladares habituados a estéticas del montón. 
Desde EL DIARIO Cultura nos contactamos con Marcelo, quien nos regaló una enriquecedora entrevista, que reproducimos en parte a continuación.

- ¿Qué significa el suicidio para Marcelo Dughetti, hombre y poeta?

- Yo comulgo con la idea de Pavese en los diarios que forman ese bellísimo libro, inagotable, potente que es EL OFICIO DE VIVIR. Allí dice que “la idea del suicidio es una protesta de vida. Nada de muerte... no quería morir nunca”. Se hace presente la tragedia del hombre buscando su felicidad o creyendo que la busca cuando en realidad, empuja la piedra eterna de Sísifo hasta la sima de la montaña. Piedra que deberá empujar cada día de su vida. Hay vidas terribles. La piedra se transforma en un universo y nos aplasta con el peso de la desolación. Los caminos por los que se llega al suicidio son diversos. Lo señala Hernán Tejerina en un brillante artículo literario de la revista Recovecos cuando plantea, como dice Camus, que el suicidio, el hecho de matarse es confesar, confesar que uno ha sido sobrepasado por la vida. Después es interesante observar como los que rodeamos esa realidad de los suicidios nos convertimos en impotentes espectadores. Que hace que asistamos a esa función macabra como sociedad sin intentar cambiar esas elecciones. Hablo como sociedad quiero decir que Villa María no tiene una política establecida, una política de Estado que nos ocupe de este tema. 
No estoy seguro que se pueda evitar. Yo creo como dice Camus que la cuestión parte de la conciencia del absurdo de la vida y agregaría a ello la total soledad frente a ese sentimiento.

Laura Giordani dijo...

[sigue entrevista]

- ¿Qué te inspiró a escribir este libro?

- En primera instancia la soledad de la existencia. No depende necesariamente del abandono del Estado sino de cuestiones muy íntimas. Cuestiones que se resuelven o no, en la capacidad o no de soportar la conciencia del absurdo de la vida. Pessoa dice en un poema “Intervalo doloroso” del LIBRO DEL DESASOSIEGO “Entre la vida y yo hay un vidrio tenue, por más que yo comprenda y vea a la vida no la puedo tocar”. Ese no poder tocar la vida esa sensación de impotencia me llevó a escribir EL MONTE DE LOS ARBOLES SOGUEROS. Además la impresión que me produjo años atrás la serie de suicidios que se dieron en Villa María y la región sin que nadie hiciera nada. Epoca de menemismo tardío, la gente comenzaba a darse cuenta lo que había costado la fiesta del sultán riojano. La mentira del uno a uno. Nada de producción en cambio desembarcaba el juego en Villa María, a producir más desesperados.
 La droga se transformaba en mercancía de producción para nuestra ciudad y la trata de blancas en un emporio. Y todo esto por qué. Ni más ni menos que ese vidrio tenue. La conciencia del absurdo. Y el mal como un diablo entre las rosas si me permitís parafrasear al maestro.


- ¿Cómo fue el proceso de realización?

- Se escribe sin escribir. Nada misterioso, uno lo va cocinando internamente, lo va sufriendo, lo va pensando. El cuerpo va buscando la salida para el abismo de la creación. Es un salto a la nada. Yo por lo general no trabajo en papel, me siento frente al procesador y allí trabajo. La base de este libro se tejió en un ciber. Así en esa soledad del casillero, frente a la máquina, me sentí asfixiado y con esa necesidad de escribir que es incontrolable. Necesidad de salvarme. Escribo para no matarme. Luego corrijo y allí estoy escribiendo para publicar. Creo en decir y comunicarme, eso me permite seguir viviendo. 


- ¿Para vos tu ciudad es un gran monte de árboles sogueros?

- El monte se establece a un costado de la ciudad, en su borde. Como un basural, como un cementerio. Se establece por la locura de los cuerdos felices, fenicios, tecnofundamentalistas a los que molesta la muerte cercana y sus caídos. El monte es una construcción burocrática en un escenario natural. Tiene su personal como toda burocracia. El sereno (el jorobado) y su mucama (Irene la puta) son un personal mitológico pero personal al fin. Al monte van los que no dan más. En este cuento la sociedad y su legendaria crueldad imponen un lugar para ir a morir y abandonar a sus hijos. A Villa María, la Villa María donde lo único que importa es la costanera, los palacios de vidrio y la iluminación céntrica, lo único que le falta es darte la soga, o mejor, como van las cosas seguro que te la venden.

Pedro Montealegre dijo...

Estupendos los poemas,seguiré al autor de cerca. Abrazos.

rubén m. dijo...

Excelentes relámpagos, una maravilla que sigas acercándonos poemas como estos, puentes de comunicación que tanto se echan de menos...

un beso

Laura Giordani dijo...

Querido leonardo:

Lo has expresado maravillosamente bien: un trato natural y delicado con la muerte, un tuteo nada afectado, de quien la sabe pulsando en cada átomo de materia: hay indicios, trazas de esa muerte latente en las hormigas que devoran restos de una manzana en el plato o unas bolsas de plástico que el viento de Domingo arrastra por la costanera.

Coincido en tu señalamiento de delicadeza, de llevarnos de una orilla a otra de la palabra como sólo puede hacerlo quien sabe que sus tablas son frágiles y el agua se cuela entre ellas invitando a un naufragio imperceptible pero cotidiano, esa ceniza que se va acumulando en los muebles y los párpados:

Despierta mujer, descorre el velo
hay que barrer las cenizas,
despejar las sábanas de los muebles,
un mesa nueva, que no sienta que hemos sufrido
en la puerta una noche larga
nos está llamando

Nada me da más gusto que poder contribuir a que estas poéticas se conoazcan, Gracias por tu compañía, Leonardo.

Un abrazo,

Laura.

Laura Giordani dijo...

Sí, querido Pedro: vale la pena seguir de cerca las letras de Marcelo. Si quieres, puedo pasarte los 2 libros que menciono en la entrada en formato PDF para una lectura completa. En la red puedes encontrar algún que otro cuento y más poemas.

Más abrazos,
Laura.

Laura Giordani dijo...

Qué bueno encontrarte por aqui, Rubén. Te comento lo mismo que a Pedro: no hay que perderle la pista a este poeta; por i parte, más adelante procuraré traer más cosas suyas para compartir.

Un abrazo grande y espero visitar tambien tu casita virtual.

Laura.