Pero la tierra conoce algo más: polvo, hojas,
cristales y un sin fin de miradas errantes que
nunca han podido fijarse en nada y que, tal
vez, nacieron tras una ventana herida por
miles de reflejos.
Algo removía el agua y se formaban círculos
en su brillo plateado. Todo, al caer, dejaba su
corteza en el fondo. Hubo cuerpos sumergidos
en su corriente. Algunos le transmitieron su
palpitación y su ritmo interior.
El aire se estiraba, se resistía a sumergirse,
pero la presión de la humedad y de las hojas
caídas, su propio peso, le obligaron.
Era el fuego quien le empujaba con un
bloque de vapor.
Y la tierra depositaba su palpitación en el
curso del agua. Dirigía las emociones de
todos los seres, retenía el calor del fuego en
la superficie.
Dijo el agua: yo soy el flujo eterno, la
negación del tiempo.
Pero soy yo, el aire, quien retiene las
imágenes. A veces algo destella y no se borra
jamás. Por eso vine atravesando un túnel de
hojas que se agitaban a mi paso.
Y yo, el fuego, hacía destellar el camino.
Te detuviste en mí, la tierra. Hubo un silencio.
Me habías quemado enrojeciéndome con una
llama. Cayó la oscuridad. Habíamos salido
fuera de nosotros y éramos otro cuerpo, un
solo cuerpo.
Tuvimos, desde entonces, una sola voz, la
suya.
Voz llamada silencio. Un silencio material,
dibujo supremo, síntesis de todas las fuerzas;
una evidencia que respira nuestra emanación:
Tú que eres todo desorden, todo mezcla, todo
infinito, espíritu en el que el tiempo revierte
en eternidad.
III
El cielo de Sigüenza no es enteramente azul.
Se respira un aire cansado, un aire de incienso
y de ceniza. No es posible apreciar su color
con la nitidez de otros celajes porque un velo
cubre la ciudad y todo está ensombrecido por
el peso y la palpitación de un rumor interno.
El viajero sabe que, al respirar, comulga
formas transparentes, el dibujo de ese rumor.
Sigüenza es seca, sedienta, pero, en cada
rincón, se desangra en fuentes que parecen
adormecerse besando el desierto en el que
nacieron. No hay agua más destilada ni
más pura que la que aflora en el secano, a
borbotones, como un lujo supremo, pero, a la
vez, esperado. Al igual que en el rigor de la
muerte sorprendemos siempre el claro curso
de la vida.
[..]
Dicen que en Sigüenza se nota la vigilia del
Doncel. Que no hay nadie vivo, que nadie
duerme. Que el sol hiere a los viajeros que se
arriesgan a conocer sus empinadas calles. Que
todo está apresado por ese velo que repite en
cada retícula una mirada del Doncel. Dicen
que, con el aire, se absorbe su cuerpo y se
conoce el misterio de todas las cosas y ya no
es posible escapar.
El campo duerme. A considerable altura
revolotea una bandada de vencejos. Todas las
calles parecen traspasadas por su vuelo y sus
cantos.
El caminante intuye esa verdad oculta en la
vegetación. Para alcanzarla quisiera olvidar
el brillo áspero de las encinas y de los robles,
el sonido sordo de las espigas, la sombra
estrecha que las hojas tejen sobre su camino,
el susurro de la vida. Porque él sólo desea el río
subterráneo, el significado de tanta apariencia.
Querría enfrentarse con ese aire destilado en
el que la nada y la luz convergen.
La búsqueda termina frente a un montón de
casas sobre las que surge, en lo alto, el castillo,
y, más baja, flotante, irradiando una dorada
luminosidad, la Catedral.
El viajero vuelve definitivamente a Sigüenza.
La vida es eso: dejarse mecer por los cánticos
sagrados, caminar por las calles errante,
tejiendo con sus pasos un laberinto, una
crisálida que sea respuesta al velo que lo
envuelve todo. Y, por fin, dejarse morir
hasta que la piedra nos convierta en piedra e
interpretemos su trama y su razón.
Tú sabes que, entonces, podrías desaparecer.
Despertaríamos en un campo liso, inacabable,
y la nostalgia se apoderaría otra vez de nuestras
vidas. Porque ya ni siquiera te recordaremos
en ese aire tibio que no rebasa el límite de la
piel y en donde nada existe.
Pero aún estás en la capilla. Te mueves con
paso solemne y natural como un árbol se
movería en cualquier campo. Con su misma
dejadez ocupas tu lugar de siempre. Tiene
tu cuerpo la curvatura precisa que no puede
ser rozada por el aire porque no lo hiere. Has
interpretado su proporción y su ritmo y, por
eso, no te expones inerme con el rostro vuelto
hacia el cielo.
Dices: -Estoy aquí para morir.
Sabes que morir es ese deslumbramiento
breve que te hace ver sin espacios y sin
tiempos. No hay palabras en los árboles ni en
el viento. Porque nada existe. Esa verdad tan
sólo. Y suena como si ya hubiéramos muerto
todos y todo fuese un recuerdo.
Fragmentos de CINCO (Sobre el Doncel de Sigüenza) de Teresa Garbí y fotografías de Emilio Ruiz. Uno y Cero Ediciones. Para acceder a la obra completa:
http://unoyceroediciones.com/libros/cinco-sobre-el-doncel-de-siguenza/
http://unoyceroediciones.com/
Teresa Garbí nace en Zaragoza. Estudia Filología Románica en esa ciudad. Cursa estudios de Bellas de Artes. En 2013 funda Uno y Cero Ediciones junto a otros autores.
Entre sus obras de creación destacan: Grisalla, 1981; Espacios, 1983; Alas, 1987; Cinco, 1988; La sombra y el pozo, 1993; El pájaro solitario anida tras el muro, 1997; El bosque de serbal, 2001; Desde el silencio, nadie, 2007; Leonardo da Vinci: obstinado rigor, 2009; Sakkara, 2015.
Ha publicado un ensayo: Mujer y literatura, 1997 y varios libros para aprendizaje de español y lectura de enseñanza media (Una pequeña historia, 2000; La gata Leocadia y La gata Leocadia en la granja, 2002; El regreso, 2005) y dos ediciones de obras clásicas: El caballero de Olmedo, de Lope de Vega, 2004, y Romancero gitano, de García Lorca, 2011.
Emilio Ruiz Zavala nace en Santander. Estudia Bellas Artes en Valencia. Sus comienzos profesionales fueron de fotógrafo de teatro y danza en esa ciudad. Posteriormente trabaja de realizador de audiovisuales para escenografías, exposiciones, actos institucionales y ferias internacionales, así como fotógrafo de reportaje.
Ha ilustrado dos libros de Teresa Garbí: Alas,1987 y Cinco, 1988. Ha trabajado desarrollando labores gráficas y de documentalista en la productora audiovisual Grupo Ganga, 2001-2003. Con la dibujante Ana Miralles, ha trabajado de guionista en siete álbumes que han sido publicadas en varias ediciones: El Brillo de una mirada, 1990, En Busca del Unicornio 1997-1999 (adaptación de la novela de Juan Eslava Galán), De mano en Mano,2009, Muraqqa’, 2011, Wáluk, 2011.
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