Fragmentos de "Todos los febreros cada dieciocho" de Fer Gutiérrez


Sólo el dolor 
no alcanza nunca la dimensión humana,
es siempre mayor que el hombre,
y sin embargo tiene que caberse en el corazón

Vladimir Hölan



Todos los febreros
cada dieciocho
(2020, La Garúa Poesía)



8.

Sus manos el patio de la infancia
caricias y girasoles
creciendo a la par que yo

nido árbol
en ese orden

en ellas 
aullidos de muerte
lamen hoy mis heridas



34.

He salido del grito
no cabía más tristeza

ahora habito un vacío
un vacío exacto a tu no sombra

 

44.

¿Cómo explicar la muerte?

Nada que ver con lo que me habían dicho
mucho menos con todo lo leído

igual debería comenzar contando
que desde la calle
no se ve la ventana de tu habitación.


59.

Junto al árbol derribado
inventé un pájaro
dos

una bandada

es mi modo de gritar tu nombre

Ilustración de Erika Khun
                                                  
60.

Detrás del cristal
aceptada tu ausencia
me pareciste una frágil palabra
a punto de ser callada


75.

De tu mano hice la niñez
y un pozo de agua clara

arropar la sed

de tu mano
el camino

apenas unas décimas de fiebre.




"La poesía es exiliarse de uno mismo para encontrarse. El poeta huye del dolor pero encuentra el corazón solitario. Entonces, el poema se convierte en un lugar donde todo puede ser posible. Fer Gutiérrez (Badalona, 1965) crea una atmósfera dolorosa aunque llena de belleza en su ópera prima, Todos los febreros cada dieciocho (La Garúa Editorial). El sufrimiento individual es vertido en un discurso de recogimiento. Y, pese a todo, el lector no encontrará un aullido sino un susurro".

Fragmento de la reseña de Jesús Cárdenas para Culturamas. El texto completo aquí



Fer Gutiérrez nacido en Badalona, 1965. Llovía con ansia, a empujones. Varias publicaciones en revistas digitales, colaboración con Karima Editora en Poeta en Nueva York. Poetas de tierra y luna. Todos los febreros cada dieciocho fue su carta de presentación como autor. Un año después y a modo de celebración echa a volar "algo de pájaro quedó"

Claros del bosque para un lenguaje devastado. Reseña de "Manca terra" por Laura Casielles.

 

Manca Terra
Laura Giordani
La Garúa, 2020

¿Es posible recuperar un lenguaje devastado? ¿Y recuperarse de él? Y el mundo, ¿es posible recuperarlo con palabras rotas? En Manca terra, Laura Giordani parece abrir una ventana para pensar que sí. O que tal vez, al menos. En sus poemas, el mal y la poesía atraviesan el siglo como en una batalla escondida pero crucial.

En la mirada sobre la realidad que despliega este poemario —noveno de la autora—, la destrucción muestra una doble cara, como esas máscaras inquietantes que giran ofreciendo dos maneras del mismo gesto. Por un lado, el horror, su irrupción en diversos tiempos históricos: la colonización que en nombre del progreso arrasó con las formas de vida, el Holocausto, las guerras en las que perdieron los justos. Por otro, esa forma apática del desastre que se encarna hoy en la desconexión, en la pérdida de lo común y del sentido en un mundo saturado de mercado y de pantallas. Quien lee se pregunta cuál es la conexión entre esos tiempos, qué hilo hay tendido entre sus trampas. Tal vez —se responde— la urgencia de entender que lo que vivimos hoy no es sino un nuevo momento, distinto pero equiparable, de la enfebrecida carrera de esa “extraña estirpe que a su estela de huesos / y vasijas rotas brinda exequias”, esa Humanidad que mientras cree avanzar va cayendo. Y la constatación de que nos resulta difícil verlo quizá porque esperábamos una derrota vistosa, un hundimiento con tambores y campanas, y no este tejido de olvido y soledades. Entre el tiempo del horror y el de la desidia aparece también el hilo conductor de un pacto de silencio: “haber visto / y seguir / como si no pasara nada”.

En el prólogo a este libro, Yaiza Martínez destaca la presencia de los árboles y su simbolismo. Habla del Ogham, un alfabeto usando antiguamente en Irlanda y Escocia en el que cada letra se correspondía con un árbol, y que siempre ponía en juego, por tanto, por su propia naturaleza, dos modos simultáneos de decir. También aquí la alusión parece desdoblarse: los árboles serían por un lado el trasunto de la poesía, lenguaje capaz de decir más de lo que dice, “ese otro espacio-tiempo donde se generan los sentidos vitales”; pero también serían los árboles en sí, algo vivo que permanece a pesar de todos los muertos, “literalmente, nuestra posibilidad de respirar y seguir viviendo”. Caminando con atención a los árboles, no parece casual por otro lado que el libro se abra con una cita de María Zambrano: si se busca un lugar al cual se llega “sin itinerario / solo por imantación”, este bien podría ser ese claro del bosque que para la filósofa era el lugar de conocimiento asociado a la razón poética, del que “se traen algunas palabras furtivas e indelebles al par, inasibles, que pueden de momento reaparecer como un núcleo que pide desenvolverse”.


.

Son esas palabras vislumbradas las que Laura Giordani parece andar buscando: “Desamortajo palabras / las froto como pedernales / hasta encender el recuerdo de un verbo / sin conjugaciones”. Esa palabra “sustraída de la podredumbre / convenida” la encuentra, claro, en la poesía. Pero antes aún, en otro lugar limpio: la infancia. De manera recurrente, en los textos visita a una niña “ajena todavía a esta violencia / adulta de nombrar”, que es así también un “árbol salvado de la quema / por su savia transparente / no maderable / todavía”. De algún modo, la infancia idealizada aparece como siendo lo mismo que la poesía: un resto de otro tiempo, de otro modo de estar en el mundo, de relacionar las palabras con las cosas. Y ese es el rastro que la autora anda siguiendo: apariciones, claros del bosque en los que lo poético brilla como un modo otro de nombrar, en mitad de la devastación. Así, la segunda parte del libro, “Cantar mientras el mundo se derrumba”, se recrea en “obras supervivientes” que jalonan los momentos del horror. Esas obras no son grandes, no son monumentos, no han pasado a la historia. Son apenas “una diminuta talla de madera de caldén, dos postales con matasellos de Mathausen-Gusen y las veinticinco palabras permitidas, unos versos en catalán escrito en papel de saco de cemento, el dibujo de una mariposa amarilleando en una pequeña maleta de cuero”. “Obras que aceptaron su fragilidad y en esa aceptación, se hicieron sólidas y resistentes” y que en el recuerdo vuelven como “tierra no devastada del todo / donde los árboles / olvidan la tala”.

Hasta ahí, sin embargo, el universo desplegado en Manca terra puede aún resultarnos familiar. Conocemos otras poéticas que desgranan los grandes desastres históricos y las resistencias que han mantenido la raíz de lo humano viva bajo ellos. Lo especial de la propuesta de Giordani en este poemario llega en la tercera parte del libro: cómo se conjugan aquellas con su abordaje del hoy. La pregunta por cómo se ejerce esa “creación como gesto íntimo de resistencia” en el tiempo de lo fugaz y lo inane, cuando “los ojos se hunden en la pantalla para no ver cómo el mundo arde afuera”. Salpicadas en su escritura de tono antiguo y telúrico, las palabras tuit, satélite, gentrificados barrios aparecen como un golpe, como a destiempo —como un pistoletazo en un concierto, como decía Stendhal que sonaba la entrada de la política en una obra literaria—. El lenguaje de los árboles no estaba preparado para hablar de redes sociales y de dietas. Y, sin embargo, no podemos obviar esta nueva forma de la catástrofe, parece decirnos Giordani: “Todo derrumbe requiere su música. Y sus poetas”. Ella se alista para el intento de tender un puente entre lo de siempre y lo coyuntural: “En un taller de Bangladesh / una niña menstrúa por primera vez / frente a una máquina de coser”.

La tarea es particularmente difícil porque, en esta nueva era del desastre, los árboles —es decir, las palabras— están desgajados, arrancados: “respiran con dificultad —eucaliptos enfermos en el pecho— todavía recuerdan la hermandad con otros árboles”. El tiempo de la febril conexión es el tiempo desconectado: “nuestras soledades despliegan bajo los pies cornisas cada vez más afiladas”. Falta tierra, manca terra: no se puede ni arraigar ni enterrar a los muertos. Se dibuja un apocalipsis muy extraño en el que “en la hora final / grababan en sus cámaras el colapso / y escribían #ultimodía #lacaída #elcolapso”. Ese es uno de los signos del mal vigente: un modo de nombrar apresurado en que las palabras han perdido su conexión con las cosas, “un lenguaje ególatra y banalizado que hace que nos alejemos del pulso de las invocaciones necesarias para la vida de cualquier comunidad” (síntoma, en realidad, de un mal mayor, porque lo que se rompió fue también la cadena que une las causas con las consecuencias: “también escribieron #revolución / en sus i-phones fabricados / por manos esclavas”). El lenguaje está contaminado: “palabras para entretener, descartables casi todas”, que “se nos devuelven vaciadas, abusadas y con ese material de derribo debemos edificar”. Sin miedo a dar pistoletazos en mitad de su propio concierto, Giordani escribe: “Mientras librábamos batallitas en el significante / ellos ingresaban en la semilla / nos hacían repetir diversidad / mientras iban eliminando escrupulosamente / las huellas dactilares”; “ahora lo sabes, imposible vencer con sus reglas: están hechas para que fracases”.



Ante esa precisa forma de la devastación, se entiende mejor de qué modo se puede proponer la poesía como camino —o modo de andar— capaz de ir hacia otra parte: su empeño es por traer de vuelta las palabras limpias de la infancia, “devolverles el latido, reanimarlas como al cuerpo de un ahogado”. Entre los paisajes oscuros que dibujan estos poemas, entre la descripción precisa y cargada de rabia de la voz que habla, se cuelan otras, que aparecen como gritos de auxilio, como fantasmas o remanentes de otro tiempo o de otro modo de estar en el tiempo. Articulan preguntas ante las cuales “los motores de búsqueda no / arrojan resultados / no pueden responder”. Dicen, en su cursiva que grita: “No recuerdo cómo parir / No recuerdo cómo morir”. Dicen: “tengo los pies helados / abrázame mamá / se me cierra el pecho”. Lo que este libro propone, con su cosmogonía de árboles y holocaustos y pantallas, es escucharlas. Y con ellas ensamblar una poética y una política. (¿O tal vez apenas una ética? Volvamos a la raíz común de estas palabras: llamemos como queramos a la propuesta de un modo consciente de estar en el mundo). Giordani abre la puerta que deja ver el dolor y luego dice: “Ahora canta, si puedes”.

Porque el canto, al brotar, duele. En las palabras laten los pasados que fueron, y también los futuros y esperanzas —de nuevo Zambrano— aniquilados antes de ser. Todo lo que podamos decir, si es realmente lenguaje de los árboles, lleva en sí la huella del daño y de la resistencia, la memoria de la comunidad, que subyace y puede volver la superficie: “que las lágrimas hagan su trabajo / con las palabras enterradas / escribir será una súbita floración / en la rama calcinada”. Así, se trata de “escribir como gesto humano”, para articular “una sintaxis de la reparación”, “una antibotánica / que desdiga los herbarios / la anatomía forense de las nervaduras”.



Pero quien dice escribir, ¿qué dice? La poesía que se propone no puede ser una “minoritaria y minorizada al modo de reserva o parque protegido”, sino una recuperación necesariamente colectiva y compartida: “palabra devuelta al lugar común abandonado”, “remanente del bosque”. Giordani quiere poner “lo poético a salvo de los poetas”, “tan lejos de esa hipertrofia de los egos, tan cerca de lo que nos deslumbra y luego se desvanece sin reclamar posteridad alguna”; y no escatima en dardos para ciertas apropiaciones de lo poético: “nunca escribimos solos, así lo creemos para sostener esa superstición del ‘artista singular’”. Quien dice escribir dice guardar en la mano una talla de madera en el monte de los mamuelches, ver una mariposa en un lugar sin mariposas, pronunciar las veinticinco palabras que se pueden decir en Mathausen. Preservar la belleza, tratar de entrar en contacto “como quien golpea / su celda hasta sangrar / para saber si hay alguien / al otro lado”. “Atravesar el propio corazón, sus zonas no pisadas”, mantener la “sangre dispuesta / a lo inesperado”. Caminar hacia el claro del bosque, donde respira como un animal tranquilo la poesía. Pero no la poesía de los poetas: sino la poesía como ese lenguaje común y superviviente que asciende hasta “dormirse arriba en la luz”, como quería Zambrano. Por más que en torno impere lo oscuro. O tal vez por ello.

Laura Casielles

La reseña apareció en el número 32 de la revista Nayagua de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, aquí el enlace:





Arraigarse en la falta de lugar: algunos poemas de "Desde lejos" de Arturo Borra



Tener en el exilio la sensación de hallarse en casa.
Arraigarse en la falta de lugar".
 Simone Weil

 

“Húndete en lo desconocido que excava. Oblígate a girar”.

René Char
Desde lejos (2020, Eolas Ediciones)


[Idioma]


querías reconstruir el idioma de tu infancia
cantar la ternura
mirar el techo de la jaula
donde fueron encerrando
los días en silencio

ahora solo escucho
un rumor de hojas que se rozan
-su inocencia arrebatada
vociferando en alguna parte de mí
un alfabeto olvidado





[Cocina]

a este poema le falta algo:
formar fila, rendirse
al bullicio festivo de la tarde,
entonar la lengua feliz de los becerros

a este poema le sobra demasiado:
arrastra cuerpos tendidos
sobre una playa menguante;
le sobra el martillo de los herreros tristes,
su arquitectura desvencijada,
estas tablas rotas
en la orilla

a este poema le falta vuelo
ritmo/ lírica
: no hay metáfora
que no se estrelle contra la noche
y la sal amarga esta mesa
sostenida con dos libros
que no volverás a leer

le falta conversar con las paredes/
un bar en el que escribir tus versos:
su aterrizaje forzoso
en la lengua

le falta oxígeno
apenas respira
tiene el frío de las estatuas
en las que el nombre 
vanamente
descansa

falta sol/ sobra sombra/

a este poema le falta todo:

menos su hambre


[Expulsión]

expulsado de la infancia
vivir fue deslizarse
por arboledas secas
buscando
una copa verde
que no desaparezca
junto al hacha
que otros llaman
«mundo»



[Fiesta insomne]

esperamos la lluvia
mientras el fuego 
sigue calcinando nuestros árboles

quizás otra semilla germine 
en silencio
como una canción nocturna 
que uno tararea a solas

la lluvia nada sabe 
de esa fiesta insomne 
bailando sobre cenizas:  
himno de lejos
conjurando una patria
donde nos fuimos
marchitando


[Desfile de sombras]

este desconcierto en las manos, este incendio que sigue ardiendo en la memoria, los instantes que ahora vacilan, la noche cada vez más callada, sus árboles nocturnos, esta calma apócrifa de las horas
y los ojos mirando un desfile de sombras
y esta grieta que se ensancha 

abren lo vivido

y no hay promesa que no sea lluvia



[Ahí]

Vas corriendo sintiendo cómo hierve la noche todavía cómo sangra la belleza

Ahí vas otra vez temblando en el exceso en la dulzura

Así jugamos a desarmarnos
-la potencia de lo vulnerable
la herida que existe porque existe 
la añoranza


[Reparación]

El gesto sepultado
tras la corteza del óxido
o el musgo del muro
que nos arrincona:

solo ahí
en lo enterrado
la simiente crece
como el latido de la noche
que subleva las estatuas. 

La insurrección horada esta superficie dócil
-la transparencia del desastre.

Solo en ese incendio 
que invoca la promesa de la lluvia
crece una grieta 
donde respiro.

"Como quien piensa en un hombre herido o en un pájaro sin palabras y casi sin aire en el que trazar su vuelo, estos poemas de Arturo Borra ofrecen calma y reposo a quienes caminan y tienen por toda pertenencia «un puñado de polvo en los bolsillos», dan descanso a esos «cadáveres livianos» que «el mar muerto», nuestro mar, trajo a las orillas de un continente blanco, higienizado y anestesiado ante el dolor ajeno; estos poemas lanzan a quienes quieran escucharla su perturbadora apuesta: no sembrar, no nombrar, desbrozar el sendero y pensar sin dejar de caminar, dan fe de esos cuerpos ensangrentados en lo alto de una alambrada que separa el jardín del baldío y, en definitiva, son huellas de una pérdida que quiere ser canto sin voz, testigos de un tiempo de barbarie y de terror que nos interpelan como signos urgentes de interrogación. Y con ese testimonio se transforman ellos mismos en una plegaria por un mundo más justo expuesta al calor de una fogata que aún resiste bajo la lluvia, un acontecimiento en el que se desborda la plenitud de la vida, la extrañeza conjurada del frío"

Fragmento del prólogo de Alfredo Saldaña

Arturo Borra (Argentina, 1972) es licenciado en Comunicación Social y doctor en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación. Ha publicado el libro de prosa poética Anotaciones en el margen (MLRS, Valencia, 2008; Ediciones 4 de Agosto, Logroño, 2014) y El azar de la historia (Espacio Hudson, Buenos Aires, 2020), las plaquettes Cielo partido (Zahorí, Alzira, 2009), La vigilia del deseo (Ediciones Loto, Rosario, 2013) y Esplendor saqueado (Ejemplar Único, Alzira, 2015) y los poemarios Umbrales del naufragio (Baile del Sol, Tenerife, 2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (Germanía, Alzira, 2012; Tigres de Papel, Madrid, 2014), Para trazar lo (im)posible (Amargord, Madrid, 2013), todo tanto (Tigres de Papel, Madrid, 2016), Desde lejos (Eolas, León, 2020). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, gallego y rumano. Asimismo, ha publicado el libro de ensayos Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2017). También ha participado en antologías poéticas como Aldaba (2003), Cuadernos Caudales de Poesía (2007), Los centros de la calle (2008), Madrid: una ciudad, muchas voces (2010), Por donde pasa la poesía (2011), Voces del extremo (2013), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (2014), Disidentes (2015), Tribu versus Trilce (2017), Árbol de Alejandra (2019) y Los que se fueron (2019). Actualmente reside en Valencia (España) y colabora en diferentes revistas hispanoamericanas.

 

Reencontrar el mundo desde abajo: "De lo inútil" de Julio Espinosa Guerra

 

Mira donde pones el ojo
cazador
lo que ahora no ves
ya nunca más existirá
lo que ahora no toques
enmohecerá
lo que ahora no sientas
te ha de herir algún día.

Omar Lara


De lo inútil (2017, Candaya-Poesía 18)


ALIENTO


Una muñeca entre las manos
del mendigo. Su cabeza
brilla cada vez que el paño
pasa sobre la goma.
La observa una y otra vez
con la ternura que los hijos
de los ricos no reciben.
Rastrojo, ceniza, nube. Pequeña
muñeca de goma. Pequeño
regalo. Aliento.
En el cubo de la basura.
Has alumbrado la noche.
En las manos del hambre.

(Para Charles Simic y Mark Strand)



DESABOTONARSE

E
l hombre llega al hospital
y se desabotona con torpeza:
primero el jersey que compró en las rebajas,
después el que, por viejo y deshilachado,
tiró hace unos meses.
Luego la camisa blanca que usaba todos los días,
la del trabajo y, bajo esa, la que usaba de niño,
la heredada del hermano muerto después de la guerra.
El hombre queda desnudo,
pero se sonríe frente al espejo,
porque tanta arruga le recuerda los paños,
trozos, trazos de los sacos de harina
con que su madre lo envolvía después de nacer.
Sabe que está muerto, pero no le duele.
Sabe que está muerto, porque ya no le duele.
Al final, la muerte era un principio.
El principio del fin de la muerte,
que se ha desabotonado con él.



LO INÚTIL

Y ahí está lo que nos ha sido dado
lo que duerme bajo una piedra,
el ladrido de un perro,
la sonrisa de un extraño,
la noche misma y el sonido del mar.

Una colección de palitos resecos,
de antiguos billetes de tren
o de piedras
o de palabras escondidas en una postal.

Cosas que nadie quiere,
eso que llaman lo inútil,
y que, alguna madrugada triste,
algún año lejano,
le prende fuego a nuestro corazón.




Camino por la habitación oscura
con los ojos abiertos
Sé cuántos pasos hay
del cabecero de la cama
al baño
De mi mano
al interruptor de la luz

Cuando la enciendo
mi insignificante sabiduría de silencios
muere
Los ojos
llenan de palabras el mundo


De lo inútil es un reencuentro con el mundo, a partir de una minúscula certeza: hay una inteligencia que no es racional y que nos permite conocer desde el estremecimiento, desde la emoción. Detrás hay un reaprendizaje de los sentimientos y una apuesta por las palabras más precisas y transparentes. Desde una escritura íntima llena de símbolos personales y matices biográficos (en la que se adivinan discretamente las huellas de maestros como Mark Strand, Charles Simic, Omar Lara o Ángel González), Julio Espinosa Guerra se asoma a "lo elevado desde abajo" y nos ofrece, según Dolan Mor, el libro más maduro, más inteligente, más vivencial y más enigmático que ha proyectado hasta ahora.


Más información:

https://www.candaya.com/libro/deloinutil/



Julio Espinosa Guerra (1974) ha publicado, entre otros, los libros de poemas Las metamorfosis de un animal sin paraíso (Premio Villa de Leganés 2004), NN (Premio Sor Juana Inés de la Cruz, 2007), sintaxis asfalto (Premio Isabel de Portugal, 2010), La casa amarilla (Pre-Textos, Premio Villa de Cox, 2013), De lo inútil (Candaya, 2017) y Metamorfosis de la metamorfosis (Relectura de Las metamorfosis de un animal sin paraíso, Ejemplar único, 2018), las novelas El día que fue ayer (Semifinalista Premio Herralde 2005) y La fría piel de agosto (Alfaguara, 2013), y las antologías La poesía del siglo XX en Chile (Visor, 2005) y Palabra sobre palabra: 13 poetas jóvenes de España (Santiago Inédito, 2011). Ese mismo año, se le otorgó el premio Fundación Neruda, el más importante del país andino a un poeta nacional menor de 40 años, por el aporte de su obra poética. 

Ha realizado crítica literaria para La estafeta del viento, Letras libres, Turia, Revista de Libros y Heraldo de Aragón entre otros medios, además de dirigir la revista de poesía Heterogénea en sus tres etapas. Profesor de escritura creativa desde 2004, en la actualidad dirige el Estudio de Escritura en Zaragoza. 



Algunos fragmentos de "Sobrante" de Víktor Gómez





Tres aspectos emergen en la indagación abisal del sí mismo: el deseo, el lenguaje, la identidad. El otro es a su vez fuente de sufrimiento y de revelaciones. «El deseo sobrante es condición del secreto» apunta Arturo Borra en el epílogo. La vida y sus conflictos, ante la extrañeza de la imposibilidad del cuidado mutuo se siente un vértigo que es analogía de un mundo y un presente en el que podríamos estar al punto del colapso, de un cambio de paradigma de incalculables consecuencias. Sobrante cuestiona cómo amamos, cómo nos comunicamos, cómo gestionamos nuestras propias dosis de poder o compasión.

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/poesia-en-red/convocatorias/item/viktor-gomez-presenta-sobrante





















Víktor Gómez (Madrid, 1967)

Reside en València. Poeta, editor y coordinador de eventos culturales. Publicó entre otros libros en 2019, Sobrante (La Garúa), en 2016 Mediodía (Ed. Eolas), en 2013 Pobreza (Calambur) y en 2010, Incompleto (Ed. 4 de agosto). En el 2020 sale el libro ¿Bailas? Le dice la soga al ahorcado, seguido de Siseo (Ed. Espacio Hudson).

Coordinó ciclos de poesía y lectura crítica en Librería Primado (2007-2018) y colabora con Tendencias XXI desde 2011. Co-fundador del Club Nuevo Mundo en 2017. A su cargo han estado varias colecciones de poesía y ensayo, siendo actualmente el coordinador de Lengua de agua para el sello Eolas Ed.,. de Lengua de agua (poesía y escritura creativa). Vinculado a la acción social desde 1990, actualmente es voluntario en El Casal de la Pau y València És Refugi, así como en Acción Poética Refugiadxs València. Ocupación actual: estudiante.

Las palabras ensayan su vuelo: un acercamiento al lenguaje poético


Durante el presente mes tendrá lugar el seminario de poesía "Las palabras ensayan su vuelo: un acercamiento al lenguaje poético” en la Biblioteca Pública de Valencia. La primera sesión tendrá lugar el próximo miércoles 8 de mayo.



A lo largo de las 4 sesiones de las que consta el seminario llevaremos la mirada a la palabra poética en el momento presente y consideraremos qué puede aportar la escritura poética en un mundo convulso.

Pero muy especialmente, indagaremos en nuestra propia cantera de materiales: ese universo personal de imágenes que constituyen nuestra singularidad creadora. Exploraremos nuestra sensibilidad a través de la indagación de nuestro universo imaginario.

Además de la lectura de textos, nos sumergiremos en la mirada poética a través de las creaciones de otras disciplinas como la música, la fotografía, el cine o la pintura.

En el cartel se encuentra toda la información referida al contenido de las sesiones así como los datos de contacto e inscripción.





Biblioteca Pública de Valencia Pilar Faus
Calle Hospital, 13
46001 Valencia
Teléfono: 96.256.41.30 Fax: 96.256.41.31
email: bpv@gva.es

url: http://www.bibliotecaspublicas.es/valencia


Tres poemas de Idea Vilariño







Tan arduamente el mar


Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso...

Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo...

Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.








Vive


Aquel amor
aquel
que tomé con la punta de los dedos
que dejé que olvidé
aquel amor
ahora
en unas líneas que
se caen de un cajón
está ahí
sigue estando
sigue diciéndome
está doliendo
está
todavía
sangrando.




Ya no será

Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.





Idea Vilariño nació el 18 de agosto de 1920 en Montevideo, Uruguay. Publicó su primer libro de poesía en 1945 titulado La suplicante, por lo que se la considera perteneciente al grupo de escritores denominado Generación del 45, en la que pueden ubicarse también Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Sarandy Cabrera, Carlos Martínez Moreno, Ángel Rama, Carlos Real de Azúa, Carlos Maggi, Alfredo Gravina, Mario Arregui, Amanda Berenguer, Humberto Megget, Emir Rodríguez Monegal y José Pedro Díaz entre otros. A este libro le siguieron distintos poemarios entre los que destacaron Nocturnos, de 1955 y el libro que tuvo mayor éxito popular: Poemas de amor, publicado en 1958 y dedicado al que sería el gran amor de su vida: Juan Carlos Onetti.

Fue miembro fundacional de las revistas Clinamen, y Número, y colaboró en Marcha, Asir, Brecha y Plural, y en el extranjero: Texto Crítico (México) y Casa de las Américas (Cuba). Fue jurado del Concurso Casa de las Américas en La Habana.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas, como el italiano, alemán y portugués. Falleció en Montevideo el 28 de abril de 2009 a los ochenta y ochos años.

Canción de verano: tres poemas de Hannah Arendt


"Canción de verano" Hannah Arendt
Editorial Límite
Cuadernos de poesía La ortiga








      











Hannah Arendt

Hannover, 1906 - Nueva York, 1975) Filósofa alemana. De ascendencia judía, Hannah Arendt estudien las universidades de Marburgo, Friburgo y Heidelberg, y en esta última obtuvo el doctorado en filosofía bajo la dirección de Karl Jaspers. Con la subida de Hitler al poder (1933), se exilió en París, de donde también tuvo que huir en 1940, estableciéndose en Nueva York. En 1951 se nacionalizó estadounidense.









Fragmentos de "Pecios de la estrella" de César Márquez Tormo



Pecios de la estrella, 2018. 
Ejemplar Único, Número 61
Colección Poética y Peatonal





He visto bajar tumultuosos los ríos del acero hasta el confundir
de pampas secas con mares 

.                        .                                       .       .mares con trigos
el corazón con el discurso.

Sale el Sol a regalarse todos los días nos aleja el frío…

¿Y qué estrella sale a aliviar sus manchas?

Siento que en todo ello ando como la fruta en el árbol
mas no soy yo completamente.

Los ríos tumultuosos del acero son pequeños al lado de la Estrella.




Me tendí en tu bosque a leer un siempre en las pupilas
y amé-dolí nuestros tallos nuevos.

Pongo mi pájaro raro al servicio de una jaula momentánea.

Aquí sigo 

.        .              .echando raíces
.                          .                        .       .  respirándote.



Pienso en mi vida. De niño tenía miedo a la oscuridad. Hasta que entré el primero en la caverna. Era entrar en un viento nuevo 
como quien entra por primera vez al amor. Paciencia y delirio.

Voy abierto.

Pienso en mi cuerpo. ¿Conservará el Espíritu las zanjas de la carne como fósiles de su antigua morada? Mi cuerpo se ha vuelto enjuto como un junco mecido por el viento.

Aliento.

.                  .                              . Mi cuerpo es bello. Bella es la vida.

Pienso en el que yo soy. Nada temo. Hace veinticinco mil años que el dolor no duerme. Pero yo soy libre.

Voy abierto .                      .     .voy aliento voy   .  .               .     voy


Sí en eso pienso. Pensar es sonreír sin miedo. Y es extraño: 

la Estrella me comprende.







Tú  estás soñando con arbustos cuando viene.

Te levantas en la noche -la sed-y al regresar
el lecho está limpio:  ni rastro de maleza. Notas
todavía su aleteo disoluto  sonríes   agradeces
su ineficacia.


.     .                .De nuevo tumbado percibes
una fragancia de hierbas recién cortadas. Y
mejor
intactas
las raíces:

.       . .                   .                          .bullendo

Y es que tú soñabas con arbustos ígneos.




César Márquez Tormo


Nacido en Valencia (España) un tres de julio de 1965. Cursó estudios de Magisterio por la especialidad de Filología Francesa en la EUPGB de Valencia. Tras diversos trabajos y aconteceres de cuyas peripecias prefiere no acordarse, actualmente se gana la vida como maestro en un colegio público. Obtuvo un accésit en el cuadragésimo certamen poético “Amigos de la Poesía” 1998. Resultó finalista en el Primer Premio Internacional de Poesía convocado por el Instituto de Estudios Modernistas de Valencia. Obtuvo el premio “Marc Granell” de poesía del año 2000 convocado por el Ayuntamiento de Almussafes (Valencia) en la categoría de “mejor conjunto de poemas en castellano”, premio que fue correspondientemente editado junto al resto de galardonados en otras categorías por “Edicions 96” (Carcaixent-Valencia). Más recientemente, ha colaborado con un poema en el volumen “Poetas de Tierra y Luna”, homenaje al “Poeta en Nueva York” de Lorca, editado por Karima editora y en la revista Azharanía de Castellón. Su poemario “Pecios de la Estrella” ha visto la luz en la colección Único y Peatonal (nº 61) que dirige el poeta y pintor Gabriel Viñals.

Concibe su obra poética como un árbol único en el que los sucesivos poemarios son ramas distintas de un tronco común, fragmentos de un árbol en marcha, investigación y descubrimiento, a la par, de la palabra: “Palárbolas”. El grueso de estas palárbolas permanece inédito, flor a la espera del fruto.

Un poema de Blanca Varela




DESTIEMPO

El rayo ha perfumado ferozmente nuestra casa.
Tenemos sed, tenemos prisa por golpear
con el hueso de una flor en la tiniebla.
Hay un árbol talado en esta historia.
Contemplamos el cielo. No hay señales.
¿Es de día? ¿Es de noche?
Murió la araña que medía el tiempo,
sólo hay un viejo muro y una nueva familia de sombras.

Blanca Varela

"Canto Villano. Poesía reunida 1949-1994"
(Fondo de Cultura Económica, México, 
1996).



Poeta peruana nacida en Lima en 1926. Muy joven ingresó a la Universidad de San Marcos para estudiar Letras y Educación trabando amistad con importantes intelectuales de la época. En 1949 se radicó en Paris donde conoció a Octavio Paz quien fue determinante en su carrera literaria, conectándola además al círculo de intelectuales latinoamericanos y españoles radicados en Francia.
Posteriormente vivió en Florencia y Washington donde se dedicó a hacer traducciones y eventuales trabajos periodísticos.
En 1959 publicó su primer libro, «Ese puerto existe», en 1963 «Luz de día» y en 1971 «Valses y otras confesiones». 
Más tarde, en 1978, realizó la primera recopilación fundamental de su escritura en «Canto villano». Finalmente apareció su antología de 1949 a 1998 con el título «Como Dios en la nada».
Obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo en el año 2001, el Premio Ciudad de Granada 2006 y los premios García Lorca y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2007.



Falleció en la ciudad de Lima en marzo de 2009 .

¿Quién habla? Una aproximación a "Por nada del mundo" de Antonio Méndez Rubio




Es muy difícil hablar sobre un libro como “Por nada del mundo” siguiendo el guión de las reseñas al uso. Quizás porque Antonio nos está invitando a desasirnos de rituales literarios o en todo caso, señalándonos la ausencia de suelo y la imposibilidad de seguir aferrados a las tablas de una retórica que busca anclar en el poema su plenitud, su simulacro de vida.

La utilidad de la poesía está en recordarnos
que es difícil seguir siendo la misma persona,
porque nuestra casa está abierta, su puerta, sin llave,
y los huéspedes invisibles salen y entran.
Czeslaw Milosz




Difícil, podríamos decir imposible- seguir siendo los mismos ¿Quién habla? Como esas nubes -nubes mías dice Antonio- que nos atraviesan a través de lo no dicho y se evaporan sin aspiración a permanencia alguna, difícil definir un sujeto poético (¿uno?) inestable, descentrado, poroso y un discurso que balbucea no como estrategia retórica (simulacro de balbuceo o precariedad) sino como honesta afasia. Un despojamiento que no es mero recurso estético a lo arte povera sino más bien, la expresión de quien habla fallándole la voz. ¿Cómo hablar cuando ya no hay suelo bajo los pies? ¿Cómo seguir hablando, es decir empuñando la misma sintaxis – como si nada hubiera pasado? ¿Con qué aliento decir la ausencia de mundo? En un poema del libro llamado “Aliento” leemos:

En una oscuridad
mayor que cualquier palabra
quien habla
de una casa perdida
para siempre
porque sí, fallándole
la voz… ¿qué habrá oído
decir?

El poema como interfaz, término tomado de la electrónica que designa esa zona de comunicación o acción de un sistema sobre otro. El poema como mesa en la que dialogan vivos y muertos. ¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizás algo muerto que por momentos parece vivo, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. El espinazo del diablo.

En todo caso, los fantasmas son seres de frontera que se mueven en esa interfaz o territorio donde los tableros muestran su inutilidad y los mapas conocidos su fracaso. Así lo poético como “anomalía magnética”, una anomalía lingüística cargada de intensidad Lo anómalo: desviación o discrepancia de una regla o de un uso. ¿Qué significaría políticamente en un sistema en el que la muerte es la norma?

Estáis muertos / Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera
diría no lo estáis. 
.Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. (Vallejo, Trilce, 174)

La memoria de los que ya no están entre nosotros (o sí) y las cunetas que aún murmuran, eso que se ha llamado memoria histórica. Algo bastante inquietante es que muchas veces lo que realmente une a una comunidad (o a una familia) no es la memoria compartida (siempre frágil, incompleta, evanescente), sino lo que ese pueblo o ese grupo humano ha decidido olvidar en común, el común olvido. Lo que ha decidido invisibilizar: tornar invisible a nuestro campo de conciencia. Y que en las parasomnias y los arrabales de la vigilia vuelve a tomar cierto espesor, cuando se resquebraja ese finísimo espejo frente al que repetimos “yo, yo, yo” como un mantra. Ellos, los tachados del relato oficial, se hacen audibles para quien todavía tiene oídos para escuchar, se hacen visibles para quien, quizás, tenga el valor de mirarlos. ¿Quieres vernos? nos preguntan, apartando la tierra de sus rostros. Para que alguien al fin, los llame por su nombre.

El árbol transgeneracional que revela en nudos su memoria del daño, creciendo torcido como fidelidad a la savia interrumpida. El mismo árbol que carga con los muertos para que la savia siga circulando por la rama rota, resistiéndose a olvidar estirándose extramuros del pacto de silencio, de la amnesia convenida.

Resucitar a los tachados de la historia, los olvidados, remover la tierra de la cuneta para que los huesos resplandezcan: a más tachadura más alzan la voz, insisten en su dolor que quiere ser escuchado. No hablando por ellos, dejando que hablen. No impostando su voz.

Hace algunos años titulé una nota sobre la poesía de Antonio como “Palabra en la intemperie”, ahora radicalizaría ese titular y diría “Palabra en la indigencia”. El poema no viene a ofrecernos ninguna ganancia, al contrario, nos tiende la mano para pedir sustento como esos monjes mendicantes de la India, los sannyasins. No es poema en una góndola ofreciendo una promesa de plenitud en un mundo que ha desaparecido. El poeta mendicante como esos sannyasins que habiendo reunido suficiente fuerza interior para renunciar totalmente a lo conocido (el lenguaje también puede ser una fuente de seguridades) se desplazan de un lugar a otro, extramuros de la ciudad para mendigar su alimento. Podemos leer en el poema llamado “Dando las gracias”:

Hoy hay quienes nos pasan
antes de caer la noche
Por delante,
sin mirarnos,
echándonos monedas.

Llevar la precariedad al lugar del poema, desubicar el lenguaje y volverlo a construir en otro lugar. Ciertamente, es radical apostar por la mendicidad de la escritura en tiempos de Neuromarketing -disciplina en auge que no solo interpela desde las góndolas del supermercado global, sino también en la  pirotecnia lingüística de mucha de la poesía que  se mueve en circuitos efectistas y que hasta se disfrazaría de indigente para seguir pretendiendo que aquí no ha pasado nada.  

¿Cómo se expresa la resistencia en la escritura poética de Antonio Méndez?

Hay en “Por nada del mundo”, así como en otros libros de Antonio, un intento de romper amarras con la referencialidad, con el servilismo del significante que se rebela contra el peso del significado. Eso que muchas de las vanguardias formularon en sus programas hace tiempo y que tiene un carácter político; es político hacer lugar en el poema a los otros, (paratextos) para que puedan ingresar a un discurso hecho comunidad, así como el lugar (iluminado, subalterno, descentrado) en el que se sitúa el enunciador. Como es un gesto resistente la demolición de la retórica que sostiene este mundo irrespirable.

Abrir espacios libertarios en tiempos de dictadura de la claridad en que el compromiso político se concibe casi exclusivamente como una cuestión temática, pero que continúa hablando como siempre y arengando como siempre desde los mismos púlpitos. Vino viejo en odres viejos.  Ceguera por transparencia, los paradójicos efectos del exceso de luz que nos ciega para ver un mundo nuevo. Hemos dejado de ver por necrosis de nuestros párpados a tanta luz.  Decir la falta de lugar, la falta de mundo que hace que el poema no pueda sostenerse y haga aguas.


La tiranía de la razón

Como en otros libros de Antonio Méndez, hay una rebelión contra la razón logocéntrica, un cuestionamiento de la lógica teniendo que presidir el discurso. Y encontramos un rescate de aquellos estados de conciencia marginales a la razón: parasomnias, semi-vigilias, la penumbra inquietante en la que fecunda lo no dicho aún y las posibilidades de que algo inédito encarne.




Una sección del libro lleva el nombre de “Simplicius Simplicissimus” y cuando leí ese título no me remitió a la novela barroca alemana de 1668, sino a trescientos años después, concretamente al año 1978 cuando televisión española emitió los trece capítulos de “El aventurero Simplicissimus”. La historia de un joven huérfano, vagabundo y educado como un animal más que llega a una aldea perdido, despojado de todo y es recogido por un monje ermitaño que le da el nombre de Simplicius a causa de su sencillez y candor intelectual. Tras la muerte de su mentor, Simplicius se ve arrojado nuevamente a un mundo cruel y despiadado, un mundo de depredación.

Ni tan siquiera pedir
nada… Depositamos flores
oscuras a la entrada,
de viva voz,
descalzos. Volvemos
oliendo a humo.
Bebemos agua.


Y viene a la memoria el enigma de Gaspar Hauser y la silueta -casi fantasmal- del poeta argentino Juan Carlos Bustriazo deambulando por las afueras de Santa Rosa de la Pampa, excéntrico: alejándose del centro de lo convenido. La lengua titubeante de los que caminan por las afueras de la polis con los párpados humedecidos por las insignificantes luminarias, esas que se han apeado del firmamento, insectos-bujías visibles sólo para quienes todavía son capaces de ver con la luz de los idiotas.


Laura Giordani
Valencia, 22 de Junio 2017.

El artículo completo publicado en la revista Tendencias 21 en Agosto de 2017:
https://www.tendencias21.net/Quien-habla_a44126.html


Fuentes y referencias
Milosz C. The Collected Poems: 1931-1987. Penguin, 1997.
Vallejo C. Obra poética completa. Madrid: Alianza Editorial, 1999.
Toro del, G. El espinazo del diablo. Película coproducida por España- México, 2001.





Antonio Méndez Rubio

Nacido en Fuente del Arco (Badajoz, España) en 1967, Antonio Méndez Rubio es uno de los autores más destacados de la actual poesía española. Poeta, ensayista y activista, participa en grupos libertarios de acción cultural y sociopolítica en Valencia, en cuya universidad enseña Teoría de la Comunicación.
Destacan sus libros El fin del mundo (1995, Premio Hiperión), Un lugar que no existe (1998), Trasluz (2002), Por más señas (2005, Premio Ojo Crítico de RNE), ¿Ni en el cielo? (2008), Extra (2010), Cuerpo a cuerpo (2010) y Siempre y cuando (2011). En el cruce de poética y sociedad, ha publicado Poesía y utopía (1999), Poesía sin mundo (2004) y La destrucción de la forma (2008). En materia de crítica cultural, su obra incluye Encrucijadas (1997), La apuesta invisible (2003) y La desaparición del exterior. Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad (2012).